9 de enero de 2015
Como vuelta a los escenarios tras
un parón medio obligado por los proyectos individuales y por una lesión
inesperada, llenar la sala Galileo Galilei es una buena muestra del auge que
está empezando a tener esta pareja. Un par peculiar, original. Que unas veces
la tienen grande y otras pequeña. Donde la vergüenza se esconde detrás del
desparpajo. Risas y aplausos que podrían haber rellenado el vacío de las
campanadas en Canal Sur, sin que nadie las hubiera echado de menos.
El espectáculo tuvo que empezar
más tarde de lo esperado para dar tiempo a que los asistentes buscaran su sitio
en las esquinas del garito, usando escaleras como sillas improvisadas y los
abrigos como respaldo. En este sentido, la gestión de la sala fue, a mi
entender, bastante mala. No entiendo cómo se prefiere tener escaleras y salidas
de emergencia taponadas con sillas en lugar de abrir la segunda planta de la
sala, donde sólo se distinguía una mesa ocupada y, que según el personal del
local, estaba reservada exclusivamente a músicos e invitados. Entiendo que en
general existan tratos especiales. Yo no los quiero. Pero cuando antepones este
¿clasismo? en concepto a la seguridad, se merece, al menos, una mención en un
blog de chichinabo.
Y pasemos a lo importante. A
describir casi una hora y media de diversión, buen rollo y una actuación en la
que el humor y la música, todo teatralizado y simplificado a dos tipos y un aparatejo, hicieron las delicias del
público. Público donde se observaron hormigas (más preocupadas de recoger
frutos para el invierno) y estrellas guaperas del rock (hasta hace poco pensaba
que eran conceptos incompatibles).
Beatbox mezclado con música en directo y actuaciones perfectamente
conjuntadas. Compenetradas. Asimiladas. No sé, un montón de –adas. Grison con
sonidos y ritmos que ya se están empezando a convertir en habituales, sobre
todo desde que se comió mis canapés. Campeón de España de Beatbox y del mundo de Loopstation.
Ahí queda eso. Tuli dando una lección de sintonía con el público y dar vida a
esos sonidos. No sé si será campeón de algo, pero qué importa. Este actor, músico, maestro de ceremonias y otro sinfín de habilidades sigue siendo
cojonudo. Básicamente, dos artistas con un sentido del ritmo, del humor y del
espectáculo especial.
Números ya conocidos como el dela batería, donde sonidos, humor y gesticulación se mezclan al unísono casi a
ritmo de metrónomo. Incluso a ciegas. Otros donde se muestra que ambos son
igualmente importantes, y que tanto Grison como Tuli tienen una implicación y
una destreza en lo suyo que se complementa y fabrica momentos geniales. Pájaros, elefantes, delfines, perros. Un zoo ambulante sacado de un
sombrero. Al son de improvisaciones. Y una banda, los Rolling Charlestones, para
darle un toque final tremendo, haciéndose el escenario pequeño y ellos cada vez
más grandes.
Ya sólo faltaba el sketch final.
El momento álgido. La cúspide. Aquel instante en el que los corazones se
encogen y claman al cielo por la victoria, la explosión contenida de emociones
y el momento perfecto para usarlo como excusa para el contacto físico. Pero no
era tan fácil. Tuli, Tuli Vidal anteriormente, frente al redoble de Grison,
tenía por delante el más difícil todavía.
Y lo consiguió.
Lo consiguieron.