22 mayo 2013

Loquillo en las fiestas de Getafe

18 de mayo de 2013


Cada vez son menos las palabras que pueden quedar en el tintero para criticar un concierto de Loquillo. Las sorpresas son reducidas. Las letras cada vez más conocidas. Los coros cada vez más interiorizados. Incluso se sabe que no habrá bis. Pero aun así, la potencia e intensidad de su directo y, sobre todo, su carisma, hacen que cada bolo sea un espectáculo. 

Con motivo de las fiestas de Getafe, y como viene siendo habitual en el mes de mayo, donde no sólo empiezan a florecer los geranios, Loquillo suele pasearse por alguno de los escenarios que dotan a Madrid de una primavera y un verano llenos de actividades musicales. Y al aire libre.

La nave de los locos aterrizaba en el recinto ferial después de su presentación en el Teatro Monumental (reseña aquí) y meses de promoción y conciertos en directo por toda la geografía española. Temas como El mundo necesita hombres objeto o Contento se han convertido ya en tarareos habituales en los seguidores del Loco. 

En un recinto perfectamente acondicionado y con el permiso de la lluvia, el Loco y la banda salieron con puntualidad escandalosa y con ganas. Muchas ganas. Como nunca. Con La nave de los Locos (sin novedad en el paraíso) inició un concierto donde, más allá de resultar repetitivo o cansino, tuvo una fuerza brutal. Con cada uno de los miembros del grupo guiados por un ímpetu genial que lideraban al público hacia conceptos como el rock, la sensibilidad, la amistad, el amor, los bares, el alcohol, lloros, alegrías, mujeres, hombres, coches. Sentimientos humanos que se funden en notas. Que se abrazan y zurran. Que se quieren y odian.




Por supuesto hubo tiempo para los clásicos de siempre. El Ritmo del garage, Rock and Roll Star, Cadillac Solitario y un La Mataré con una intensidad y potencia que estremecía. Con los ya clásicos pasos de claqué, los puños al aire liberando rabia contenida, los dedos señalando al público, haciéndoles partícipes de todo lo que sucede sobre el escenario.

Con homenaje a los bares de Getafe por promover, según palabras textuales, la "amistad y el amor, que es lo que realmente importa", las dos horas pasaron como el que come pipas. Peladas. Con sal y una cerveza para refrescarse. 

Y sí. Yo también me emborracho y lloro cuando tengo depresión. Y qué cojones pasa. ¿Tú no? Pues es para mirártelo. Si es que no sientes nada cuando ves al Loco y a su banda sobre un escenario. Quizá vendiste tu alma al diablo. 

Y es demasiado tarde.

19 mayo 2013

Graveyard en la Sala Arena

16 de mayo de 2013

Desde hacía meses tenía un cajón en casa que latía. Tic, tac. Con una frecuencia que a medida que se acercaba la fecha iba in crescendo. Junto con su intensidad. Un cajón que temía abrir. No sabía qué podría contener. Pero su fuerza era tal que no tuve opción: una entrada de concierto para disfrutar de uno de los grupos con mayor proyección de los últimos años. Un trozo de papel que permitía el acceso a un recinto donde se esperaba unir rabia con desahogo. Y sosiego. Una pizca de sal. Señoras, señores. Graveyard en la sala Arena. Y mi cajón volvió a respirar. 

Desde que Hisingen Blues visitó mi reproductor de música por primera vez, estos suecos han dado con la llave para entrar en mis oídos sin preguntar. Y más allá de ser un poco grosero por no pedir permiso para tal acto, sus baladas, con potencial para convertirse en auténticos himnos, y sus ritmos setenteros de rock en estado puro, han percutido mis tímpanos reiteradas veces hasta convertirme en una auténtica groupie. Música que desata sentimientos incontrolados y cuyos riffs marcan en la piel como heridas de guerra. 

Tras un cambio de sala por la inesperada afluencia de gente al concierto (rápido se corre la voz de grupos que realmente merecen la pena), la sala Arena (o Marco Aldany) acogía el primer concierto de la banda que servía de presentación de su segundo y último disco, Lights Out. Tras su paso por el Azkena el año anterior, sin duda el grupo está empezando a alcanzar el reconocimiento que verdaderamente importa: el de un público entregado que llenó la sala Arena. Un hecho que la banda supo valorar con una actuación potente.


Con An industry of Murder los cuatro miembros de pelo largo saltaron al escenario sin mayor dilación de la que la situación requería, para empalmar con Hisingen Blues sin apenas tiempo para el aplauso inicial. Notas y letras que se perdían entre la frialdad de estos tipos cuyo batería parecía ser el único que tenía intenciones de interaccionar con el público, con permiso de las palabras de agradecimiento del cantante. Pero como reza la carátaula de su primer disco, para apreciar el sonido de esta banda es necesario reproducirlo al máximo volumen de tu minicadena. Y eso fue lo que hicieron. 

Con un volumen de los bajos extraordinariamente alto, la acústica fue una brutalidad. En cuanto a intensidad y matices. Baladas como Slow Motion Countdown o Uncomfortably Numb sonaron acojonantes, con la sensibilidad de quien ama y desama. De quien construye y rompe. De quien acierta y falla. De quien encuentra y sigue buscando. De quien sabe e ignora. Canciones que herraron a todos los presentes.

Una puesta en escena sin lujos, con los típicos focos pasa-desapercibidos, acompañó a Ain't Fit to Live Here y a Hard Times Lovin', antes de dar por acabado el pre-bis con Goliath. Endless night remató un bolo de hora y media escasa y que cumplió todas las expectativas. 

Graveyard tiene visos de convertirse en uno de esos grupos que marcan una época. Tienen fuerza. Tienen ese estilo personal, sucio y transgresor que acompaña al rock clásico. No nos comamos el tarro y demos la barrila intentando encasillarles.

Ojalá sea cierto y Lucifer, oh, please take my hand. Que alguien les guíe, sea quien sea, por el camino que ellos mismos han marcado. Definitivamente, es el correcto. Y en ese caso, les seguiremos.

WOMAD 2013 en Cáceres

10, 11 y 12 de mayo de 2013

Como espejismo de verano, el World Of Music, Arts and Dance (WOMAD) sigue dando a Cáceres lo que una ciudad necesita para sentirse viva. Música. Teatro. Ambiente (del bueno). Cerveza a buen precio. Niños. Olor (el cual ha mejorado con el paso de los años). Adultos. Luz. Color. Vida. Basta un rápido vistazo al programa de este año para darse cuenta de que los famosos recortes también han hecho mella en el festival: no sólo se sigue sin contar con un tercer escenario (se mantienen los de la Plaza Mayor y San Jorge), sino que los talleres matutinos y de primera hora de la tarde se han visto tremendamente afectados por, entiendo, la falta de fondos. 

El encanto de este fin de semana, único en una ciudad única, reside en la mezcla cultural y en la interacción entre los artistas y el público. Esas migas preparadas por los grupos extremeños; esos bailes africanos de tribus cuyos nombres cuesta recordar; esa historia detrás de cada letra o grupo. Y los talleres, tal y como estaban concebidos, eran clave para conseguir esa fusión y acercar hábitos de cualquier parte del mundo al womero que simplemente pasaba por allí. En fin. Pasemos a hablar de lo que hubo. Y dejemos de lamentarnos por lo que podría haber sido.

A diferencia de otros años, la logísitica para ver conciertos en el WOMAD con cierta comodidad era bastante complicada. En primer lugar, por la ingente cantidad de peña que se acercó a Cáceres. Nunca se había visto un viernes de festival tan masificado. En cada esquina. En cada calle. Y por supuesto, en cada plaza. Además, al no haber tercer escenario, los conciertos eran salteados, de manera que la masa de gente se agolpaba hacia la Plaza Mayor o hacia San Jorge en cuanto el bolo terminaba. 

Estas dificultades hicieron que de todos los grupos, sólo se pudiera atender a Hanggai, The Dhol foundation y al Niño Josele. Y de aquella manera. Sin duda, los chinos Hanggai han resultado ser la sorpresa de este WOMAD. Con un estilo folk oriental y toques de punk y ska, el artista rápido conectó con el público congregado. Sus sonrisas, sus vestimentas y sus coros pegadizos y fáciles de repetir (fonéticamente) hacían que verles sobre el escenario transmitiera buenas sensaciones. Sirva como ejemplo su himno Drinking Song, donde juntan todos los ingredientes para convertirse en un hit de las noches etílicas. 

De The Dhol Foundation (TDF) apenas nos llegaron cuatro acordes, un par de ritmos y, cruzando toda la Plaza Mayor, la sensación de que hubieran merecido más nuestra atención. En esta edición XXII del WOMAD, en ausencia de grupos africanos y con el permiso de las batucadas callejeras e improvisadas, se trataba del único grupo basado en percusión. Un estilo que nunca puede faltar en Cáceres y que TDF se encargó de poner en nuestros pies al ritmo de música india.


El toque castizo de folk patrio venía de la mano del Niño Josele. Uno de esos virtuosos de la guitarra española que en auditorios o recintos cerrados e íntimos erizan tus pelos hasta convertirse en púas. Sin embargo, en una Plaza Mayor atestada de gente, en un recinto tan inmenso y con la algarabía de los bares de la periferia era imposible conectar con el artista. Encontrar matices o palabras saliendo de las cuerdas. Llegar a fundirse con su sonido. Su sentimiento. Quizá, y a pesar de su recorrido artístico, la plaza de San Jorge hubiera sido un sitio más adecuado para gozar. Y sin acritud, Creando Mediterranía.

Al día siguiente, con fuerzas mermadas, The Barons of Tang coparon nuestro interés. Estos aussies, con una puesta en escena  sencilla pero divertida, salieron con una dosis de fuerza al escenario que rápidamente se apoderó del público. Ritmos caóticos mezclados con genialidad que hacían complicado el baile y seguir los pasos de los componentes del grupo. Miembros destroza-instrumentos que causaron la confusión en la Plaza de San Jorge. ¿Me gusta? ¿No me gusta? Margaritas deshojadas que no acaban de responder a la respuesta. Pero esto también es WOMAD. Música poco convencional que requiere análisis posterior y una segunda escuchada. Quizás este The Dogs of Rotterdam sirva.

Y como siempre que el WOMAD aparece en este blog, una lanza a favor de lo callejero. Del teatro. La música. La pintura. El espectáculo. La cultura de la calle que hace que Cáceres sea diferente al resto del mundo durante un fin de semana. Una vida especial que provoca risas, por encima de todo. Esa gente dedicada que con sus furgonetas va llevando ilusión a todos, pero especialmente a niños que con su inocencia nos dan una lección que no debemos olvidar. Gracias.

Un fin de semana lleno de matices. Lleno de sentimientos. Lleno de olores, colores. Lleno de alegrías. Lleno de sorpresas. Lleno de amigos. Lleno de diversión. Lleno de familia. 

Un lujo que debe seguir estando ligado a nuestra tierra.