07 agosto 2012

Flood City Music Festival en Johnstown

4 de agosto del 2012

Un país donde la palabra pionero tiene un significado especial. Un estado donde la naturaleza, la minería, la industria pesada y varias decenas de comunidades de inmigrantes de primera generación conviven rodeados de memoriales. Y una ciudad que, cada cuarenta años, como un reloj, sufre una inundación. Así es. Se trata de Estados Unidos. De Pensilvania. Pero esta vez no es Pittsburgh. Es Johnstown. 

Conocida como la Ciudad de las Inundaciones (the Flood City), esta población ha sobrevivido desde finales del siglo XIX (ya está bien para ser los USA) a desastres acuáticos periódicos que han llevado a la ciudad a un éxodo casi permanente de sus habitantes, hasta convertirse en un pueblo fantasma. Baste decir que el casco "histórico" está formado por un pequeño parque y un museo donde rememoran la primera de las catástrofes, donde murieron más de 2,000 personas. 

Con un recinto la mar (sin segundas) de humilde, donde humildes puestos de comida étnica daban sabor, humildes zonas ajardinadas daban frescor y humildes hippies daban color (y olor), el cartel del festival lo formaban básicamente grupos de la zona.

El día empezó fuerte, con la actuación de la Chandler Travis Philarmonic. Este grupo de chicos, con una media de 60-65 años, no dejó a nadie indiferente. Ataviados con batas de enfermos de hospital, pijamas con pantalones de los Angry Birds y sombreros con orejas de conejo, dejaron muy claro su estilo desde el principio: "Si profundizáis en mis letras, hablo de dos cosas: de excusas y disculpas o de mi maravilloso y perfecto pelo". Esto, mientras se quitaba el sombrero y dejaba ver un flequillo con calva, demostraba un sentido del humor que quedó patente durante toda la actuación. Y hoy día esto es difícil: ver a una panda de músicos de verdad, tocando clarinetes, trompetas, piano, guitarras, contrabajo, etc. poniendo un toque de humor en cada nota, estribillo o mirada es tan antiguo y poco frecuente que casi parece original. Sirva de ejemplo Fruit Bat. Excepcional.

Tras el descanso rutinario festivalero para el almuerzo (comida polaca), y mientras seguía el movimiento en alguno de los cuatro escenarios del festival (perfectamente preparados para la lluvia), llamó nuestra atención un tal Eric Tessmer. Un tio solitario, con una guitarra, pelo desaliñado. Prometía y no defraudó. Rock y country fundidos en ritmos potentes donde la guitarra gritaba de dolor y pasión a cada puto acorde. Hubo también momento para la espiritualidad, con baladas y sonidos que rememoraban la norteamérica profunda. Claro ejemplo de que hay material para seguir enganchados a este estilo perenne que una vez magnificó SRV. 

Era complicado seguir la senda marcada y aunque Anders Osborne lo intentó dejando algunos destellos de rock sobre el escenario (Eric Tessmer se le unió en ese momento), no se pudo igualar el subidón, la senda, que Eric dejó. Sin embargo, la mezcla de estilos con reggae, boogie y rock fue conseguida, con canciones más largas de lo que me hubieran gustado, pero con una buena dosis de calma y de saboreo de las notas y melodías. 

Llegó el toque soul y funky con The Revelations, que aunque con ritmo en el cuerpo, no llegaron a enganchar como para evitar otra parada para el relax en forma de tallarines y pinchos de pollo al curry. Curry que se entrecortó con la actuación de Steve Kimock y Cia. Con la esepectación levantada (el escenario abarrotado), uno creería que iba a disfrutar de algo grande. Pero de ese tamaño fue la decepción. Melodías tan tan tan elaboradas que aburrían, y eso, en un festival cuya intensidad iba creciendo, no pegaba nada. Tras unas canciones de margen, el Dr. John esperaba en el escenario principal. 

Personaje que no es doctor y cuyo primer nombre es Malcom. Pero, ay madre. Nació en Nueva Orleans y puede ser lo que quiera ser. Y más después de ver cómo a sus 72 años sigue dándole al piano cantidubi y desgañitándose con los clásicos. Con sus clásicos. Como suele ser habitual en estos históricos del blues y R&R, rodeado de una banda genial. Con un bastón adornado y una calavera sobre su piano, este señor de coleta y sombrero extravagante en pelo, se marcó una Revolution, Such a Night como la del sábado. Sin duda, el más aclamado del festival, que despidió con una canción profunda, solitaria, con sus manos entre las teclas. 

Y tras bailoteos relajados llegaba el momento de la fiesta. Que la puso Big Sam's Funky Nation. Un auténtico espectáculo lleno de música de altos decibelios bailable, con guitarreos y con estribillos fáciles de recordar que hicieron que quedaran atras más de 5 horas de festival. Nos importaba una mierda todo, excepto ser, como decían, un Funky Donkey.

Lo que para muchos pudiera ser un hecho para olvidar, en Estados Unidos se convierte en una razón para dar tributo a los caídos, evitar que se pierdan en el olvido y, por qué no, organizar un festival de fin de semana que tenga por nombre el apodo de la ciudad. Porque se suele decir que la mejor forma de hacer de olvidar la pena es acostumbrarse a ella. Es muy interesante ver cómo un pueblo así de deprimido puede llegar a albergar un festival de este calibre, cuando otros (y no miro a orillas del Alagón...) han muerto en el intento. Mezcla de rock, blues, country, clásica, funky que levantan ciudades durante un fin de semana. 

Y no es gratis. Olé sus cojones.