10 mayo 2012

New York Miscelánea

30 de Abril hasta 7 de Mayo

Bien podría ser el nombre de algún grupo alternativillo, popero, de estos de "vivan las vespas y las marcas de ropa cara que no lo parecen". Pero no. Miscelánea hace referencia a una serie de conciertos, todos ellos improvisados, que una ciudad como Nueva York puede ofrecer. Mientras paseas. Mientras observas. Mientras hablas. O mientras rezas. 

Si hace pocas semanas estuve en The Altar Bar, qué mejor que continuar el festival que una iglesia. O una catedral. O una iglesia cuyo tamaño intimidatorio hace las veces de catedral. Tras cruzar un inoportuno cartel de "donativo sugerido", no satisfecho, al fondo se encontraba un grupo de chicos y chicas que estaban practicando las canciones del domingo. Pero no. No penséis en una guitarra sostenida por un cuarentón con gafas y acompañado por un par de monaguillos entonando el Padre Nuestro. Se trataba un estilo americanizado. No gospel, pero se le parecía, si no fuera por la pureza de sus voces melódicas y su piel blanca. 

Lo que en principio no era más que un ensayo, los allí presentes provocaron que el grupo, director incluido, se vinieran arriba y durante más de 20 minutos nos deleitaran con cantos celestiales que hacían que las paredes lloraran. Que el edificio religioso se iluminara y que los santos se estremecieran.  

Sin apenas descansar, una plaza, rodeada de ambiente universitario donde el ramen y el curry llenaban de olores las calles, dos "paletos", armónica y banjo en mano, hiptonizaron a todo bicho viviente que por allí pasaba con melodías folk americanas, al puro estilo Cletus. Vestidos para la ocasión, amenizaron las esperas de los estudiantes para enfrentarse a sus exámenes y de los turistas que, totalmente perdidos, seguían un mapa. 


Un atardecer, con la señora de hierro a un lado y unos viejos lobos de mar intentando cazar algún pescao al otro. Unos bancos, unas flores, unos cuantos memoriales a los caídos en una guerra, y en otra, y en otra...Y al fondo, una boda. Una boda que para animar a sus invitados contrató a unos músicos cubanos que, en la terraza del restaurante, no sólo tocaban para los que iban de gala. Sino para aquellos que circulaban y que, haciéndose los despistados, se paraban a escuchar y a bailar en el aire. 

Llega la noche, y tras conversaciones que siempre estarán ahí, tras charlas que acortaron la espera y tras razonamientos compartidos, un ruso cogió una guitarra española de cinco cuerdas (es decir, una de seis, pero con cinco) y demostró que para tocar piezas clásicas y conociendo las escalas, se pueden hacer auténticas maravillas sin el Re de la cuarta. 

Días rodeados de rascacielos. De fríos choques en las calles con lo que parecían ser personas. De miradas desafiantes en el metro. Que la música, improvisada e imprevista, les devolvió el color. 

¿Os sorprende?
 

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