29 abril 2012

Gallery Crawl en Pittsburgh

27 de Abril de 2012

A veces no se necesita otra excusa más que un buen evento cultural para lanzarse a la calle. Un puñado de artistas que intentan hacerse hueco en la literatura, la pintura, la escultura. Y cómo no, en la música. Gente que empuja. Que provoca. Que simplemente quiere romper moldes y hacer algo que merezca la pena ver. Escuchar. Tocar. Oler. Degustar. 

En el ambiente universitario que llena Pittsburgh de actuaciones todas las semanas, el Gallery Crawl se convierte en una razón para que aquellos que estamos muy apegados a la música y no tanto al resto de las artes, nos dejemos llevar por unas cuantas experiencias nuevas. Y darnos cuenta (mejor dicho, recordar) de que hay vida después de la música. Exposiciones de cómics, habitaciones a oscuras con sonidos de ultratumba, cuadros que ni fumao se podrían llegar a entender (o sí). O hasta una pantalla gigante con láseres que averiguatú cómo funcionaba. 

Imaginemos un cuento. Con tres historias. O una película. Con tres cortos. O un festival. Con tres conciertos. Cada uno en una atmósfera diferente. Igual de baratos todos ellos (patilla mix). Ahí va. Con orden aleatorio.

En una plaza pequeña. Al lado de una fuente. Con escasos árboles jóvenes y rodeados por edificios altos, de esos que intimidan. Fueron breves compases, pero The Color Fleet me metieron las ganas en el cuerpo. De seguir disfrutando de la noche. De seguir escuchándoles. Y de seguir su sitio web y su calendario por si encuentro alguna oportunidad donde me demuestren que sigo teniendo buen ojo a primera vista. 

En un rincón de una calle cualquiera, bajo estatuas que defienden una pequeña tienda donde el cómic cobra vida. Justo ahí cuatro descerebrados versionaban canciones con un trombón, un slack key, una batería y una voz desacompasada y chirriante. Todo a escala pequeña, pero con un entusiasmo y una alegría en el cuerpo que, pese al creciente frío, hacía que simpre hubiera alguien ocupando las sillas que tenían justo delante, para disfrutar del...del...bolo, por ejemplo.  

En un bar, bajo un toldo que le refugiaba del frío y del viento, pero no de los clientes que a las diez de la noche ya gastaban melopeas de escándalo. Un hombre con una guitarra acústica transformó una plaza de mercado en un ambiente country donde conversaciones y dibujos en servilletas se unían a "bailes" (las comillas están adrede) improvisados, aplausos y hasta acompañamientos vocales. 

Mucha pintura. Mucha escultura. Mucho de todo. Pero al final la música es lo que, como casi siempre, suele dar la última pincelada. En este link podéis ver algunas fotos de los eventos, donde, como veis, no sólo se trataba de mostrar, sino de que la gente interactuara. Olé.

Que cada uno saque su moraleja. 


24 abril 2012

Soulfly en The Altar Bar

22 de Abril de 2012

Tocaba cambiar. No sólo de bar. Sino de tendencia. Llevaba varios días enganchado a una tal Mi hermana pequeña, cuya dulzura sobrepasa los límites de lo conocido. Y que me había encandilado a niveles inusuales. Sin embargo, tras un vistazo en diagonal al periódico local gratuito, me percaté de un evento que no podía dejar pasar: Soulfly en The Altar Bar. 

Hacía tiempo que no sabía de ellos, y como pasa de vez en cuando, el tener la entrada en mano me incitó a repasar su vida, milagros y obras. Especialmente estas últimas, de las cuales estaba totalmente perdido. Lo que siempre me llamó la atención de esta banda liderada por un ex-sepultura (Cavalera, no confundir con Calavera) fue su mezcla. Porque te podrá gustar o no. Pero es innegable el afán del grupo por añadir ritmos heavies melódicos con el hard rock más gutural y otras tendencias del rock machacante. 

Con hora de empiece las 6.30 pm, The Altar Bar emerge casi de la nada en uno de los barrios más pintorescos de Pittsburgh, The Strip Disctrict. Mercados callejeros, restaurantes a pie de calle y un sinfín de restaurantes asiáticos pueblan las calles principales, justo detrás de unas zonas de carga-descarga que crean un ambiente bastante lúgubre al desaparecer el sol. Perfecto para lo que se venía encima. 

Además de Soulfly, ni más ni menos que otras 5 bandas saltaron al escenario. Incite, Lody Kong, Stinkpalm Death, Storm King y una quinta de cuyo nombre ni quiero acordarme. Porque en general, desafortunadamente, los grupos de chiquillos piensan que el hard rock es subirse a un escenario, gritar un poco (si es en americano nativo, pues mejor) y destrozar guitarras y oídos. Es cierto que el sonido de la sala no ayudó (fue bastante malo), pero exceptuando Incite y a Stinkpalm Death (tuvieron su momento), el resto se quedó en un vocifero y no puedo. 




En un ambiente eclesiástico (el bar se llama así porque tiene la misma fachada que una iglesia, y por dentro está decorado con cruces que hacen las veces de ventanas) y lleno de humo (artificial), Soulfly salió casi 4 horas después del inicio del "concierto". Con toda la fuerza del mundo, con una guitarra donde la bandera de Brasil hacía eco de la nacionalidad del líder y con un Cavalera bastante desmejorado (más gordo de lo que le recordaba y con unas rastas que rozaban la dejadez absoluta), el grupo empezó fuerte. Y querían que el público estuviera al mismo nivel. 

Desde el primer momento incitaron al público a hacer su famosa "ruleta de la fortuna". Bueno, así la llamo yo. Porque lo mismo te toca un comodín (en forma de ratoncito Pérez por perder algún diente) que la bancarrota absoluta (mejor ni pensar equivalentes en la realidad). Eso sí, siempre con amor. 

Tras un desgaste físico importante (contando las opening bands, unas 5 horas y media), los brasileiros cerraron el chiringuito después de desmostrar que hay una grandísima diferencia entre hacer hard rock o new metal o como se llame y saber hacerlo. Y esta gente sabe.