09 diciembre 2012

Gipsy Cigoto y Las Cheerleaders Asesinas en La Leyenda Rock bar

8 de diciembre de 2012

Que un plan se tuerza siempre puede causar indecisiones. Ese momento duro de no saber muy bien qué hacer. Dónde ir. Mentalmente también se puede convertir en un pequeño chasco. Pero esto es Madrid. Si no es a, es b. Y si no, siempre te puede quedar agasajar a a

Tras una intentona de incursión en la Siroco para acudir al día 2 del festival The beat goes on, donde soul y pop iban a copar la noche del día de la Inmaculada Concepción, la misión se tuvo que abortar por falta de entradas, al menos en ese momento (¿?). El bar La Leyenda pasó de un plan b a una realidad. Uno de esos bares que da oportunidades a bandas locales, algo siempre loable en los tiempos que corren. 

Era el turno de Gipsy Cigoto. Sí, en serio. Se llamaban así. Grupo de nivel aficionado que basaba su repertorio en versiones de los Red Hot Chilli Peppers, AC/DC e incluso Led Zeppelin. Es cierto que incluso antes de algunos de los temazos que se lanzaron a "versionar" se llegaron a disculpar, sabedores de que les era imposible alcanzar el nivel de los originales. 

Aun así, en general,  la banda fue bastante floja, tanto a nivel escénico como instrumental. En cualquier caso, es innegable el tesón, el ímpetu y el disfrute tanto del grupo durante todo el bolo como de los amigos y sus madres. Madres que con unos "Muy bien" de fondo que resonaban en toda la sala, prácticamente vacía, seguro quedaron orgullosísimas de sus retoños.
 


Las Cheerleaders Asesinas (de nuevo, prometo que no me he inventado el nombre) salieron sin miembros femeninos en el grupo y dándose a escuchar tocando de fondo el Smoke on the Water que en ese momento resonaba en el bar. Banda que, con temas propios, y con letras que jedían a grupos ya reconocidos como los Motociclón, daba más sensación de querer protagonismo (su guitarra principal se hacía con el centro del escenario cada vez que tenía oportunidad) y descargar su adrenalina que ser conscientes de la frialdad con la que la mayoría del público acogió a la banda. Y no fue por falta de cerveza. 

Más allá de la calidad de los conciertos. Más allá de que los amigos nunca fallan. Más allá de que una portada de Los Ilegales desviara mi atención y mis pensamientos a épocas gloriosas. La sensación fue buena. Porque sigue habiendo bares donde se da barra libre a grupos que disfrutan con lo que hacen. Y desde aquí, se intentará siempre potenciar estas iniciativas. 

Ah. Y elogiar a las madres, que siempre están ahí. 

05 diciembre 2012

Loquillo en el Teatro Monumental de Madrid

1 de diciembre de 2012

En un Teatro Monumental de Madrid a reventar de seguidores de Loquillo, el programa Abierto hasta las 2 de RTVE se dejaba ver para hacer radio en directo, que para los que siempre hemos sido oyentes, se agradece. El programa usó como excusa la presentación de su nuevo disco, La Nave de los Locos, para profundizar en el personaje y la persona: Loquillo y Jose María Sanz. Jose María Sanz y Loquillo.  

Su primer paso al frente del programa fue, como no podía ser de otra forma, al micrófono y junto a su banda, para representar (qué mejor verbo para un teatro) en semi acústico el tema que da nombre al disco, La Nave de los Locos (sin novedad en el paraíso). Las principales novedades de este disco que claramente se reflejan en este tema homónimo del álbum son las letras de Sabino Méndez, comprometidas con la situación social actual, y el fondo rockero de sus guitarras y estribillos con gancho.    

La entrevista no tuvo desperdicio ninguno. Este tipo sabe lo que quiere. Sabe lo que piensa. Y tiene claras sus prioridades y preferencias. Tiene eso que tanto se añora en estos tiempos: la coherencia en sus pensamientos y sus acciones. Frases sencillas, directas, que más allá de poder hacer gracia, transmiten ideas y una forma de pensar que si estuvieran recogidas en un libro darían para más de un decálogo sin contradicción entre ellas. 



El respeto a los mayores, a los mitos, a los que dieron todo para estar donde estamos, para bien o para mal. La actitud del código de barrio. Sus orígenes como hijo y amigo. Y tiempo para más temas musicales, el segundo corte del nuevo disco, El mundo necesita hombres objeto

"El tercer mundo respeta a sus mayores, nosotros los condenamos al geriátrico". "El rock no da gente fea". "A partir de una edad ya no existes". "Deberíamos sentirnos orgullosos de nuestra cultura". "Lo que me parece una vergüenza es que alguien cobre 50 € por una entrada a un concierto de Rock. Hagamos posible las cosas". "Aquí hay talento, hay creatividad. No tiene que venir ningún guiri a enseñarme cómo es esto".

Y más música: Cruzando el paraíso. Y más frases: "El escenario es el único lugar donde se me permite ser yo". "Mi público tiene muy buen criterio". Y más música: El hombre de negro. Y más frases: "...los americanos que llenaron Barcelona de ladillas". Y así, como era de esperar, hasta las dos.

Un programa lleno de anécdotas, emoción, chistes (buenos y malos), de baloncesto y de rabia. Que podéis disfrutar íntegro en el siguiente link. Y como broche, para honrar a las bandas rockeras, Maldigo mi destino clausuró la noche.

En palabras del protagonista: "Se basa en una cosa muy sencilla: tener fe en ti mismo". Fe en ti. Y en tus sentimientos. Y en tus ideas. En lo que te hace sentir bien.

A por ellos, que son pocos y cobardes. 
 

01 diciembre 2012

Orquesta clásica Santa Cecilia en el Auditorio Nacional

29 de noviembre de 2012

Acostumbrado a sonidos sucios, actuaciones llenas de riffs (menos o más sofisticados), energía desenfrenada a ambos niveles (escenario y público) y tugurios donde un cuenco con pipas y garbanzos secos es considerado como un auténtico lujo, aquí viene el puntito que le faltaba al blog y que hasta ahora no me había sido posible disfrutar. Introduzcámonos en los entresijos de la música clásica. 

Sobra decir que la experiencia en este tipo de conciertos es escasa, por lo que aquí se refleja no es más que un puro cúmulo de sentimientos, perspectivas y observaciones que en ningún caso pueden enfocarse desde un punto de vista técnico. 

Dejando a un lado prejuicios sociales, el Auditorio Nacional y el ambiente que allí se respira es muy emocionante. Una sensación de penetrar en un garito atemporal (guiño) donde el patio de butacas, la decoración y la distribución de las sillas de la orquesta sobre el escenario parecen estar estratégicamente pensadas para abstraerte de lo que hay fuera (y cada vez es más complicado). 

La Orquesta clásica Santa Cecilia dirigida por Héctor Guzmán fue la encargada de representar, junto con la solista pianista Judith Jáuregui, varias piezas del que quizá sea el más reconocido de los compositores españoles del siglo XX, Manuel de Falla. En una Sala Sinfónica del Auditorio con algo menos de tres cuartos de entrada, el escenario radiaba.

   
Una primera parte donde Introducción y Danza de "La Vida Breve" sin voces ni bailoteos de por medio empezaron a hacer vibrar los pelillos de los brazos, y que una segunda tanda con el concierto para piano terminó por crear un bienestar y un ambiente folclórico espectacular. Quizás eché de menos el sonido de una guitarra española, que hubiera puesto la guinda a este festival del sonido clásico nacional (con castañuelas incluidas). Durante la segunda parte se nos deleitó con las Suites 1 y 2 del Sombrero de Tres Picos, con notas tan limpias que parecían salidas directamente del pentagrama en papel, que no en libro electrónico.
 
Lo que mi espíritu no puede aguantar es cohibirse en una silla mientras sobre el escenario se despierta una intensidad tan honda que parece mentira que nadie salte de su silla y se ponga, sencillamente, a gritar. Supongo que pasión y saber estar es la combinación adecuada en estos conciertos altamente protocolarios.

La magia de la música clásica, que da con notas que te hacen ver. Es la magia de quien se sienta a tu lado con un abrigo sobre las piernas. Es la magia del momento. Y de compartirlo. Gracias.

¿Magia? No. Es Fantasía

30 noviembre 2012

The Black Keys en el Palacio de Deportes de Madrid

28 de noviembre de 2012

Uno puede llegar a perder la noción del tiempo cuando lleva en el bolsillo una entrada que compró hace varios meses para el que estaba predestinado a ser uno de los conciertos del año en España. Los Black Keys llevan un año y medio que ni los más viejos de las profundidades del lago Erie podían imaginar, donde se han coronado como una de las bandas del momento. Y venían a demostrar por qué. 

En un Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid abarrotado y donde se proyectaron por primera vez desde que tengo uso de razón vídeos de qué hacer en caso de emergencias (qué triste es todo esto), la banda soporte elegida por el dúo de Akron fueron The Maccabees, una panda de ingleses emocionados con haber salido de su isla y que animaron a las hordas de tribus variadas que allí se congregaban. 

Con un sonido nítido pero contundente, esta nueva ola de música alternativa británica suena familiar. Voces que ni gangosas ni agudas que se acoplan a unos riffs melódicos, limpios y fáciles de recordar. Sirvan de ejemplo este Precious Time o Went Away. Fórmula que funciona, pero sin alardes ni novedades. 

Batería al frente, en paralelo con un micrófono normal, sin excentricidades. Micrófono al frente, en paralelo con una batería con bandas de colores y un bombo que rezaba The Black Keys. A escena los dos quetecuento y un par de músicos que desde el principio sabían que iban a pasar sin pena ni gloria por la capital de España. Con cinco minutos escasos de retraso, empezó la fiesta. 

Como han venido haciendo durante toda la gira, la práctica totalidad de las canciones del grupo vienen de los dos últimos discos, Brothers y El Camino, que han sido los que les han dado la fama internacional. Así, empezaron con Howlin' for you clamando a todo el público que les ayudaran a cantar y a unirse al espectáculo. Para seguir con Next Girl y Run Right Back. Para los que a pesar de descubrirles recientemente hemos tirado de anteriores discos, es una pena que no tocaran alguno de esos temas de sonido sucio de garaje de sus principios. Aunque llegaron Gold on the ceiling y un momento de tranquilidad con Little Black Submarine y se esfumaron las posibles quejas al respecto.



Desde el minuto uno el sonido, sin tener en cuenta un par de acoples, fue genial. Una cantidad de watios fuera de lo común pero totalmente aprovechada. Una guitarra y una batería que se adueñaron por completo de un recinto entregado y fuera de sí. Energía, ritmos poderosos y juegos de luces sencillos pero muy efectivos fueron algunas de las razones por las que estos dos chavales fueron ovacionados canción tras canción.

Tras hora y media de concierto y una traca final con Tighten Up, Lonely Boy y un bis con Everlasting night y I got mine (la más antigua del setlist), las llaves negras cerraron el baúl con un bolo que realmente mereció la pena.

Rock con estilo propio que tiene pinta de seguir dando guerra mucho tiempo. 

Seguiremos informando. 

24 noviembre 2012

Perros DC y IC & The Boom Boom's en la sala Skyline

23 de noviembre de 2012

Camisas de cuadros entre la audencia, tanto en un género como en el otro. Barbas desaliñadas y patillas arregladas años setenta. Pantalones vaqueros con las bastillas recogidas hacia fuera. Litros de cerveza helada corriendo por la barra. Una sala casi recién inaugurada con nombre de las grandes ciudades, de horizontes. Estaba claro: hoy tocaba Rock and Roll. 

En una zona poco transitada por un servidor, de vez en cuando en la Avenida de Brasil se organizan algunos eventos que merecen la pena, donde calidad y precio van amistosamente de la mano. En la sala Skyline, uno de los cientos de nombres que ya atesora este local, un par de bandas madrileñas se daban cita con objetivo, supongo, de que la gente desgastara la suela de sus zapatos. 

Salieron en primer lugar los Perros DC. Con un sonido que dejaba mucho que desear (acople de las voces, guitarras demasiado distorsionadas con sonidos nada nítidos), el grupo no sirvió de precalentamiento como mandas los cánones del telonerismo. Es muy difícil de entender que un grupo que se basa en trabajos de otros (la mayoría del repertorio fueron versiones de algunos de los grandes de todos los tiempos) no sea capaz de motivar a la gente. Mucha guitarra pero pocas nueces. Un tono de voz que desde la platea se notaba demasiado forzado y plano. Ni con un Tainted Love fui capaz de engancharme al hilo del bolo. Dancing Queen (escuchad mejor el original) bajó el telón de una actuación más que prescindible.

Con la decepción de los aullidos caninos mejor sobrellevada con un litro extra de cerveza, IC & The Boom Boom's empezaron a lo suyo. Acostubrados a ver al contrabajista moviéndose al son del funk, esta nueva entrega como rock clásico es igual (o incluso más) de divertida que la fórmula de Nazan Grein. Aunque los problemas desde la mesa de sonido no se habían solucionado e incluso sacaron de quicio a la cantante de la banda, los IC & cia consiguieron en cinco minutos lo que los Perros intentaron durante más de una hora: unir a público y banda y que en la sala se empezara a escuchar el sonido de chasquidos de dedos, palmadas y rodillas crujiendo.



Temas rockabilly con toques surferos animados, melódicos y con punteos de guitarra y potencia de los bajos que encandilaban. Notas claras, sin confusiones ni virguerías excesivas que daban un producto final de calidad. Todo ello unido a una voz que encajaba perfectamente entre las seis y las cuatro cuerdas. Trabajando en su primer disco, temas como este Fever o Johnny got a Boom descontrolan tus pies, manos y hombros y los pone bajo un conjuro contra el que es imposible luchar.

Una noche donde los motivados (IC's) crearon una línea gruesa distintiva con los flipados. Donde a pesar de todo, el Rock volvió a reinar (siempre lo hace). Y donde se demostró que se puede ser un segurata  enrollado con su gente y no morir en el intento. 

Noches con dos lunas en el cielo de Madrid frente a una cerveza.

Así semos.

18 noviembre 2012

Hola A Todo El Mundo en la sala BUT

17 de noviembre de 2012

Madrid es de esas ciudades donde no necesitas hacer planes con antelación. Basta clickear en un par de sitios adecuados y ya te propondrán en qué puedes invertir tu tiempo, ya sea lunes o sábado. Planes de todos los colores, precios. 

Había oído hablar bastante de Hola a Todo el Mundo (HATEM), como una de las bandas más en auge y con mejor crítica del panorama musical madrileño. En ese movimiento alternativo-indie que parece inundar la ciudad. Música que con toques de rock al más puro estilo Arcade Fire, incluía banjos, acordeones, flautas y una ristra de instrumentos más típicos del folk de Europa del este que de un grupo de gatos indígenas. Suficientes argumentos para lanzarse a la calle, húmeda y amanifestada

Alrededor de las 21 horas, en la sala BUT de Madrid, salió al escenario Grosgoroth, lo que más tarde entendí como una broma mal gastada. Un tipo con con organillo con teclas de colores, colgado a modo de guitarra, y dos micrófonos que distorsionaban su voz. Creó un ambiente de indiferencia absoluta entre la audencia allí reunida. Bases electrónicas al más puro estilo Mario Bros (sí, el de los champiñones) que si se permitiera la devolución del dinero, más de uno y de dos la hubieran solicitado. Además, para más inri, el personajillo en cuestión no hacía más que descojonarse desde el escenario. Se lo pasaría pipa, pero para nosotros fue un sufrimiento. Tras tres intentonas de abandonar el escenario (un músico debe tener palabra: si dices que te vas, te vas), marchó entre silencios incómodos. Pero siempre quedarán los amigos incondicionales que le aplaudirán la gracieta. 

Después de la esperpéntica actuación del telonero, HATEM salieron a escena dispuestos a mostrarnos su último trabajo, Ultraviolet Catastrophe, disco que ya se sabía tenía tendencias electrónicas que rompían con el molde de ese rock-folk-indie de los inicios de la banda. Basado en la obra de un tal Roy Tiger Milton (del que se ha llegado a especular que es un personaje creado por la propia banda, y su única web mantiene la duda), reprodujeron el disco sobre el escenario de principio a fin.


Con ese título tan físico-apocalíptico no se podía esperar más que letras profundas y melodías electrónicas y oscuras, nada frías y dulcemente tratadas que, aunque con un poco de decepción por mi parte (esperaba ver un vaivén de instrumentos sobre el escenario), son ideales para una mañana de resaca o un domingo nostálgico. Temas como They won't let me grow o Youth time, Least Brother & Friends, que resonaron con una acústica impecable en una sala entregada, aunque quizá excesivamente relajada. 

Hora y media de concierto que, sin llegar al poder intimista de grupos como MONO, demostraron que son gente con personalidad que, te guste o no, es lo que hacen y lo que les apetece tocar. Con un discurso final más propio de una entrega de premios Goya (a mi entender sobró), la banda se despidió sin sacar una flauta o un ukelele. Cachis.

En todo caso es bastante reconfortante ver que aquí en nuestro querido país hay cabida para músicas que salen de la línea tradicional, y que además se hace bien. Y que la gente acude a estas actuaciones, que aunque empañadas por el telonero, mereció la pena. 

A seguir buscando sonidos. Cada uno el suyo.

11 noviembre 2012

Noche de raíces en la sala Siroco

9 de noviembre de 2012

Casi como en el día de la marmota, tiempo después de aquella noche funky en la sala Siroco, los mismos protagonistas se daban lugar en el mismo sitio, y que me aspen si no a la misma hora, para pasar otra noche de buenrollismo justo cuando el frío empieza a pelar Madrid.

Con la sensación de recordar a músicos y parte del público, el objetivo no era otro que bailar, cantar los temas conocidos y disfrutar los desconocidos. Ah, y dejarse llevar. Por esa energía que se transmite desde el escenario cuando las notas empiezan a formar en el aire la palabra F-U-N-K sin percatarse. Y tu cuerpo, como algo innato, empieza a bailarlo.

Sobre el escenario era el turno de Nazan Grein. Esa banda que desde el primer instante sabes que, pase lo que pase durante el bolo, va a ser bueno. Porque hacen cositas interesantes. Y porque se les ve que lo gozan tanto como el público. Sonrisa va, sonrisa viene. Comentario gracioso va, otro que viene. Complicidad entre ellos y con el público. Funky no sólo emanando de los instrumentos, sino también de la actitud de los miembros del grupo. Entre otros, el Agrofunk sonó en las catacumbas de la Siroco con un sonido nítido y con mucha potencia de los bajos para marcar bien el ritmo de las piernas de los allí presentes.


También hubo el intermedio habitual donde el cantante, que tiene a la banda por lujo más que por necesidad (podéis ver la miniserie El Robo del Funk, donde se deja patente la amplia variedad de sonidos que el tipo es capaz de reproducir), dedicó unos diez-quince minutos al beatbox, quedando al público entre boquiabiertas y sonrientes. Una virguería al servicio de la música y del Funk. Amén. 

Con un tema final donde guitarras y bajos se fundieron, la actuación fue enérgica y divertida. Genial. 

Tras una charla más larga de lo esperado, pero que en todo caso mereció la pena, descendimos a las profundidades de la Siroco para participar en el bolo de Funkin' Donuts, donde el grupo ya había empezado a darlo todo. Pero esa es otra de las peculiaridades del Funk. Que puedes pillarlo a medias sin que tu cuerpo y/o mente se resientan. Rápido coges el ritmo y vuelta a empezar. 

De todas formas, fue a tiempo para canturrear los clásicos (para nosotros lo son) Atraco Perfecto, Fiesta Cuarto Computador o por supuesto, ese himno tan pegadizo que grita que todos somos Funkin' Donuts. ¿Qué manera hay más sencilla de hacer partícipe al público? En el siguiente link podéis disfrutar del concierto completo. 

Noche de raíces. Quizá porque este estilo de música tan especial nos quita de encima toda la presión de tronco y hojas para quedarnos en eso, en raíces, y disfrutar como parece no lo hemos hecho nunca. Horas que pasan al son de cuerdas, vientos y voces. Horas que se hacen cortas en espera de otro fin de semana largo. 

Y ya van dos. 


02 noviembre 2012

Anti Karaoke especial Halloween en la sala Sol

31 de octubre de 2012

Convertido ya en una de las mayores atracciones de la noche madrileña, el espectáculo parido, dirigido y presentado por Rachel Arieff sigue siendo una de las mejores alternativas para un miércoles cada mes en la Sala Sol de Madrid. Y si esa noche es la más terrorífica del año, más. Y si al día siguiente es día festivo, mucho más. 

En una sala Sol todavía sin llenar, el AntiKaraoke (AK) se puso en marcha a sabiendas de que el recinto no tardaría en abarrotarse. Brujas, dráculas, frankensteins, muertos vivientes, jorobados de torres oscuras, momias y otros personajes venidos del inframundo fueron convocados a este show freaky-rockero, donde aunque el set list siempre es una incógnita, nunca decepciona, porque todas las canciones tienen su puntito. Bien sea épico. Bien sea romántico (que no pasteloso). Bien sea explosivo. Bien sea adrenalínico. 

Con la memoria de los anteriores AK plagados de gente experta en desenvolverse sobre el escenario, los primeros participantes dejaron bastante que desear en la noche de Halloween. Con actuaciones bastante desapercibidas y sin ningún tipo de habilidad para el canto, se empezaba a echar de menos algún bolo de Rachel para animar el cotarro y empezar a calentarse. 

Y así fue. Un par de disfraces, un par de temazos escenificados de manera peculiar y divertida y cuatro comentarios lascivos. No necesitamos más, así somos. Aunque en este caso tenemos que incluir a un infiltrado en el escenario, un tal Alfonso, que en lugar de cantar aprovechó su paso por la zona alta para hacerle ver a Rachel cuánto se le quiere en el foso de fanáticos del AK. Y hasta aquí puedo leer. 

Empezaba lo serio. Los habituales de la noche antikaraokiana dieron un paso al frente y con What a Feeling de la querida Irene Cara, Ace of Spades de Motorhead, You shook me all night long de AC/DC, Fight for your right to party de los Beastie boys y Wicked Game de Chris Isaak, entre otras, la noche fue cogiendo forma. Con coreografías incluidas, como el divertido Time Warp, la gente iba cogiendo posiciones cerca del escenario para el ya tradicional escanciado del Jack Daniels, que reúne a lo mejor de cada casa, al son del New York, New York del amado Sinatra. 


Más de dos horas, y daba la sensación de que la noche acababa de empezar. De que aquello sólo era el precalentamiento de algo grande. Espero que a esta mujer, de gestarse la independencia de Cataluña, le permitan pasar de un lado a otro como si estuviera en su casa. Madrid y los miércoles necesitan al AK. En su página de facebook podéis encontrar novedades, vídeos de la noche y algunas fotos. 

A los que todavía seguís pensando que el Karaoke es para japoneses y acabados tras una larga noche de borrachera, acercaros a la sala Sol y romped estereotipos. 

Merecerá la pena. 

26 octubre 2012

Música celta en el café Fígaro

25 de octubre de 2012

La música celta tiene aires de heroismo. Inyecciones de relax que recorren tu cuerpo. Ritmos familiares que despiertan tus sentidos. Instrumentos que con cuerda, percusión o viento transmiten alegría, pena y todo lo que se puede sentir entre medias. Música que lleva descubierta toda nuestra vida. E incluso más allá. Sin embargo, suena tan fresca que acojona. 

En el café Fígaro se daban cita tres amigos músicos para confirmar lo que he intentado plasmar en este primer párrafo. Pasión hacia unas melodías que parecen calmar bestias sin haberlas, detener relojes de sol. Un violinista, un contrabajista y un mandolinero dedicados a una tarea que cada vez parece ser más complicada: hacer música de lo que les apetece y no morir de hambre en el intento. 

En un bar que apenas llegaba a la quincena de asistentes, tres locos se ubicaron en una esquina alfombrada con ganas de disfrutar. Con algunos minutos de retraso para permitir a todo el mundo ocupar sus asientos, dieron inicio a un trozo de noche que, con la lluvia de fuera y el ambiente de dentro, bien podía haber sido del Dublín de hace muchos años atrás. 

Melodías instrumentales tradicionales irlandesas modificadas con gusto, donde reminiscencias de jazz y rock se dejaban ver para un material final digno de escuchar. De bailar y de aplaudir. Notas que se entremezclaban entre cuerdas y que desataban palmadas contras las piernas y golpes de pies contra el suelo.




Canciones no sólo creadas para motivar, ilusionar o homenajear a caídos, sino también para informar. Oígase como ejemplo Bonaparte Crossing the Rocky Mountains, que al parecer servía de periódico local allá por el siglo XVIII en tierras irlandesas para ver cómo iban las cosas por el viejo contiente. 

Con un "¿Pero sabéis cómo se llama el grupo?" empezó el concierto. Y no. No lo sabíamos. Y tampoco lo supimos ni durante el bolo ni al final. Pero tres tíos que son capaces de jugársela de esta manera. De arriesgar por lo que les ilusiona y hacer disfrutar al ciudadano medio. Granos de arena que hacen de Madrid un sitio al que volver, siempre, merece la pena.

Incluso con tiempo irlandés. 

11 octubre 2012

Lagwagon en el Altar Bar

9 de octubre de 2012

Los que me conocen saben que no soy un fan, ni de lejos, de la música punk. Y los que no lo sabíais, ya lo sabéis. Anda, qué bien, ¿eh? El caso es que la música punk nunca me ha podido transmitir nada. Esa energía, liberación de adrenalina y lucha social ya me la daban el rock y el pasodoble. Aunque por supuesto siempre he disfrutado de los grandes: The Clash, Ramones, Sex Pistols o The Stooges. Era ese nuevo punk americano de los noventa, liderado por bandas como Offspring o Bad Religion, el que no me alcanzaba ni lo más mínimo. Pero como soy un tío de mente abierta, decidí meterme en una espiral de punk con cuatro bandas del tirón, para darles otra oportunidad. 

En la que posiblemente sea una de mis últimas (digamos penúltimas) apariciones en la escena musical de Pittsburgh, PA, Lagwagon salía la frente de una noche en la que Useless ID, The Flatliners y Dead to me cerraban un cartel donde prometía no dejar títere con cabeza en todo el local. Ya fuera en la zona de "Se puede beber" o en la de "Ey, deja tu cerveza ahí coleguita". 

En una iglesia a reventar, Useless ID, The Flatliners y Dead to me hicieron bastante ruido. Justo el que me esperaba. Sólo The Flatliners dedicó algunas canciones donde se podía entrever cierta melodía acompasada. El resto parecía haber crecido con el equívoco pensamiento de que los watios y los desgañitamientos vocales siempre van en favor del espectáculo, al menos de los directos. O que cuanto más se revienten los tímpanos mejor se lo pasará la gente. Y habrá alguno que opine que sí. Pero las casi dos horas en las que estas tres bandas, alguna de cierta reputación, estuvieron el escenario, se agradeció mucho más el descanso entre ellas, donde se podía hablar. Donde recordabas ese sentido llamado "oído". ¡Yuhu!

Uno podría creer que era cuestión de la acústica de la sala. Pero en el momento en el que salió Lagwagon a escena quedó claro que más allá de arreglos; más allá de potencia y de intensidad (cosa que más o menos todo el mundo puede conseguir), existe el carisma, la presencia y las tablas. 


Sin poder comentar demasiado del setlist, pues el último (y único) disco que he escuchado de la banda fue Blaze, de hace siete u ocho años, el grupo me gustó. Fue una actuación divertida. No sólo por la postal sobre el escenario de un guitarrista gigante (más de dos metros) al lado de un bajista y un cantante relativamente pequeñitos con el pelo azul y amarillo. Sino porque entre canción y canción hacían bromas entre ellos, se metían al público en el bolsillo con comentarios muy de Pittsburgh y porque las canciones enlazaban unas con otras con el justo toque de pausa. 

Riffs sencillos y ritmos que llevan inventados mucho tiempo, pero que sacan una sonrisa de la boca sin ningún tipo de recompensa a cambio. Y eso no es fácil de decir a estas alturas en depende qué lugares. Pongamos como ejemplo Days of New y Weak. También hablaba a su favor que el cantante vistiera una camiseta de los rejuvenecidos Refused.

Supongo que esa es la esencia del punk. Energía, carisma y sudor sobre un escenario. Y en los aledaños. Pero que nos quede claro una cosa: estos tres componentes hay que saber mezclarlos en las dosis adecuadas. Porque si no se corre el riesgo de agotar, aburrir o deshidratar (mentalmente). 

Una noche en la que ni yo mismo me veía envuelto. Quizás la cercana despedida me dio el empujón definitivo para, incluso, pagar para ver una sesión intensiva de punk. Quién me lo iba a decir...

29 septiembre 2012

Ol' 74 Jazz en Barley's, Spindale

27 de septiembre de 2012

La gracia de la música es que es universal. Mejor dicho, Universal. Vayas donde vayas, estés donde estés. En tiempo y lugar. Siempre puede haber un grupo, una persona, un instrumento o una historia que te cambie la forma de ver las cosas. Que te haga sentir como nunca. O simplemente que te sorprenda.  

En Spindale, North Carolina, las cosas ya no son como antes. Llamada así por la fuerte industria textil que albergaba, el concepto de economía global acabó por llevarse el trabajo a China, y con él el futuro de muchos de los habitantes que tienen que asumir que ahora viven en una región deprimida donde las cabras, el algodón y semillas de soja son de lo poco que da color al paisaje. Y es en ese ambiente de desolación cuando abrir la puerta de un restaurante puede emitir destellos de lo que el pueblo fue en sus mejores días. De lo que la gente del pueblo todavía es. Este paralelismo con la sociedad americana del Mississipi hace cien años es escalofriante.

Lo que en principio no iba a ser más que una cena con agradable conversación se convirtió en un concierto de jazz de unos tal Ol' 74 jazz formados por dieciséis personas, donde la comida (realmente excelente) pasó a un segundo plano. Saxos, trombón, batería, guitarra y bajo eléctrico, trompetas, teclados. Todo al servicio de aquel jazz de los cuarenta, iniciado en Chicago, y que es tan ameno, divertido, alegre.



Aquí hay hueco para todo. Desde los clásicos de toda la vida como Birdland hasta versiones de Respect donde las piernas y los hombros empiezan a descontrolarse como si tomaran vida propia. Por supuesto que hubo muchos otros temas, desconocidos para mí, pero que gracias a las películas de Woody Allen y All that Jazz Chicago todo suena tan extrañamente cercano y familiar. La incursión de una bella cantante en un par de canciones acabó por dar ese toque sensual que tanto favor le ha hecho a este estilo, a veces no tan fácil de entender. Poca gente se atrevió a irse antes del fin del bolo, pero los osados no podían hacerlo de otra manera que bailando y agradeciendo con gestos a la banda el regalo que les estaban ofreciendo.

La calzone que me calcé bien hubiera merecido un post en sí mismo, pero el concierto, la atmósfera, la delicada situación de una zona venida a menos y un Chevy Camaro aparcado en la puerta me dieron el último empujón para escribir unas palabras. 

Cada vez necesito menos para añadir una entrada al blog. ¿No os parece?

22 septiembre 2012

Dropkick Murphys en el AE Stage

19 de septiembre de 2012

Tenía ganas de ver a estos americanos de raíces irlandesas sobre el escenario. Todo lo que había oído era bueno. Y todas sus canciones suenan a una mezcla de metal, rock, punk y folk que desde luego desata adrenalina que ni siquiera sabías que tenías. Y me apetecía comprobar si el efecto escenario tenía el mismo impacto. 

En el AE Stage de Pittsburgh (American Eagle, uno de muchos edificios corporativos que adornan la ciudad) se unieron americanos (demócratas y republicanos) con faldas, barbas, caras pintadas y latas de cerveza para ver a los Dropkick Murphys. Pero antes, teníamos un par de entrantes para irse haciendo a ese moderno recinto. 

Le tocaba a Elle King. Una cantautora acústica tatuada que dejó música agradable, tranquila y letras que clamaban "Right now lick it good, suck this pussy just like you should". Toda una declaración de intenciones...que dejó tras de sí una ristra de carcajadas y alguna sonrisa picarona que otra. Fue un bolo sencillo, corto y que sirvió para empezar a mover ligeramente los pies. 

Turbo AC's parecían desde la tercera fila un grupo punk que vivía más en su estética que en su música. Y aunque la gente empezó a motivarse para la batalla que estaba por venir, la verdad es que para mí la música del grupo quedó totalmente enterrada por el Let's Go Murphys que el público aclamaba cada 4 minutos y 25 segundos, aproximadamente. Sonidos previsibles, nada nuevo. Melodías secas y ritmos del que cualquier aprendiz de guitarra querría evitar. Sin embargo, resaltar el tema Nomads, que por sorprendente, merece la pena escuchar. Aun así, con un estudio mejor que su directo, fue la nota creciente que hacía falta para calentar al personal. 


Personal que a las diez de la noche se volvió loco. Loco de atar. Loco de remate. Majareta perdido, cuando saltaron al escenario a los que llevaban esperando desde hacía un buen rato. Esos chicos que nada más aparecer desbocaron una batalla campal entre las filas dos y doce. Con The State of Massachusets se sucedió un huracán acompañado por banjos, gaitas, acordeón, guitarras de todo tipo, batería y bajo. Ah, y una voz que bien podía ser la de cualquier grupo de new metal. O del old. Qué puta fuerza.

Con una puesta en escena sencilla, sin alardes de luces y colores o decoración original, los murfis se hicieron fuertes a lo largo de las 2 horas de concierto dode tuvieron cabida Bastards on parade, The Irish Rover, Rose Tattoo y por supuesto, I'm shipping up to Boston, que les lanzó a Hollywood cual polizones. O infiltrados. Con momentos para la acústica (que no el relax), el concierto fue intenso, animado y potente. Muy potente.Incluso hubo hueco para una versión del T.N.T. de AC/DC.

Tras el típico "me voy, no me voy", estos señores no podían despedirse sin hacer lo que más les gusta: rodearse de la gente que se desfoga en sus conciertos. Así que como suele ser habitual en sus actuaciones, abrieron las puertas del escenario y decenas de personas (sólo chicas, al menos al principio) se animaron a bailar y a cantar entre los protas de la noche.

Una noche que bien podría haber sido la de San Patricio. Por el verde de las faldas, la música y la cerveza. Pero sobre todo porque fue cojonudamente divertida.

17 septiembre 2012

Robert Johnson, Buddy Holly, Aretha Franklin, Johnny Cash, Bob Marley...y por supuesto Bobby Darin

16 de septiembre de 2012

Así es. Todos juntos. ¿Que algunos están muertos? ¿Que lo están todos? No, no, no. En el Rock and Roll Hall of Fame de Cleveland, OH, siguen vivitos y coleando. Allí es donde todos los grandes del rock, de todas las décadas; los conocidos y los desconocidos; los que salen en las portadas y los que no; los que tienen la estantería llena de premios y los que murieron sin conocer el éxito. Todos (casi, no nos engañemos) están. Y perdurarán. Por lo que hicieron. Por lo que nos dieron y crearon. 

Un paseo por la historia de este género que proviene de unos y que deriva en otros, y entre medias está lleno de caras, de letras, de acordes, de pasión, de variaciones, de luces, de bailes, de peinados, de trajes, de instrumentos exóticos, de hombres, de mujeres, de grupos, de solistas, de genios, de pobres, de ricos. Sin embargo todo tiene un nexo común: transmitir cosas a través de la música. Grandes cosas que, independientemente de cómo seas, de dónde estés y de quién te parió, te van a calar. Y si no es uno, es otro. Y si no es otro, es uno. Y puede ser con una guitarra de 6 cuerdas o una de doce. O con un banjo y una armónica. O con una voz gangosa. O con un movimiento de caderas. Y qué caderas...

Este museo al rock tiene un encanto especial, más allá de los documentales en pantalla de cine o de que te puedas parar en cada esquina durante horas a escuchar los grandes temas de todos los tiempos, y ponerte a bailar y cantar más fuerte y con menos ritmo que el que está a tu lado. Y ese fondo delicado es que hay un hueco especial para todas las personas que están detrás o al lado del escenario. Nombres que no suenan y que ni siquiera tocan un instrumento. Pero que han ayudado a la creación y a la difusión de eso, tan apasionante, que es el Rock and Roll.


Están Chuck Berry, The Rolling Stones, The Beatles, U2, Greatful Dead, Led Zeppelin, AC/DC,  Tom Petty, Santana, Van Morrison, Iggy, Alice Cooper, Michael Jackson, Queen, John Lee Hooker, The Supremes, Elton John, B.B. King. Una lista casi infinita que, por supuesto, está por terminar. Y que cada año recibe nuevos y merecidos miembros como los Guns N' Roses o los Beastie Boys.

Y ya no habrá programas como American Bandstand que aguantó treinta años del tirón en la televisión americana de la mano de Dick Clark. Pero la cadena no se va a romper. Porque los cimientos son fuertes y están bien profundos. Son más de 50 años los que lleva el R&R como género dando guerra. Y más de nisesabe revelándose. Porque también va de eso. De gritar aquello de que educar significa enseñar a pensar, no el qué pensar. De influir en una sociedad que despertó recogiendo algodón.

Señoras, señores. Un memorial hecho por americanos que deja buen sabor de boca. Quién lo iba a decir. 

13 septiembre 2012

MONO en Mr. Smalls Theater

11 de septiembre de 2012

Como todos sabéis, los recortes abrasan a la educación. Hasta tal punto que van a impedir que los suertudos trabajadores puedan simultanear estudios. Porque hay menos dinero. Porque hay menos profesores. Porque la flexibilidad de los horarios se reduce. Con la decepción del que se ve inmerso en semejante panorama, un día de música, en una calle de Millvale (Evergreen Avenue, cerca de la Terrace de la familia Simpson), devuelve la sonrisa a la cara. Y qué puta (bonita) casualidad. Es un grupo japonés. 

En un sitio remoto, que hasta a la gente de aquí le cuesta localizar, se levanta el teatro Mr. Smalls. Al estilo de las salas Ritmo y Compás en Madrid y el archiconocido Silo en Coria (Cáceres), esta sala de grabación se erigió para dar cabida a la inmensa cantidad de grupos de la zona que ansiaban un refugio. Un sitio donde les escucharan y se les diera esa oportunidad que tanto agradecen y pelean.

Podría ser el caso del telonero de la noche, Chris Brokaw. Pero no. Se suponía un tipo experimentado. Un hombre con mucho camino recorrido y respetado en el mundo de la música como un artista profundo y con personalidad. Y desde luego, si vemos vídeos como We'll see you all at Oki Dogs, podría parecer eso. Al menos alguien con historias que contar. Sin embargo, el concierto fue deprimente. Demasiado visceral. Escasos agradecimientos al público. Parecía que se iba a consumir así mismo sobre ese escenario: ritmos demasiado pausados, letras gangosas. Era la versión triste de Micah Paul Hinson. Pasemos página.


La sala se fue llenando poco a poco, ya terminado el aburrido bolo de Chris, para ver a MONO. Un grupo de 4 japoneses que no necesitan decir una sola palabra para soltar emoción por cada cuerda, tecla, bombo. Y es que este grupo instrumental nacido en Tokio hace más de 10 años no ha parado de inventar melodías que encandilan. Que cautivan. Que envuelven y que resulta imposible que haya alguien a quien no le lleguen. 

Con unos riffs que en ciertos momentos recuerdan al sonido metálico de Nine Inch Nails en sus últimos discos, de repente todo coge forma para acabar en notas perfectamente nítidas, con el momento justo de melancolía y de subidón. Y esa estética tan japonesa que a pesar del sonido desgarrador parece que todo lo acarician con esa delicadeza única. 

Degusten temas como Everlasting night, Burial at Sea o Nostalgia, que ya se encuentran en la guantera de mi coche. Porque además, el tacto en los diseños de los discos se nota. Garabatos y diseños originales con poemas (con algún que otro haiku) que atraen también a la vista, y todo a precio razonable.

Lo único que se echó en falta fue unos sillones tipo puff para haberse podido dedicar en cuerpo y alma a estos nipones en su viaje. Un viaje que llenó de recuerdos de una tierra. De gente. De un sol. Naciente. Épico.

Casi dos horas donde hubo de todo. Menos recortes.

10 septiembre 2012

Lovebettie en Fair in the Park

8 de septiembre del 2012

Pittsburgh es una ciudad de actividades fuera de casa. Sí, sí. Tienes también museos, exposiciones y por supuesto bares. Pero es en las zonas verdes, en las terrazas de los garitos y en las calles donde se cuece lo bueno de este lugar. Y eso, para mí, habla muy bien de la ciudad del acero. 

Este fin de semana se organiza lo que llaman, llanamente, A Fair in the Park. Unos cuantos stands con artesanía local, otros tantos con artefactos curiosos y por supuesto, un puesto de hamburguesas y perritos calientes, y ya tienes una feria local montada para sacar a la gente de sus casas, a pesar del viernes y mañana del sábado pasados por agua. Ah, y gratis. Ah, y con un escenario. Y ya van 43 ediciones.

Ubicado el jaleo en lo alto del parque Mellon, unas decenas de carpas blancas ofrecían jarrones aretesanales, pinturas de Pittsburgh y alrededores, decorativos de hojalata que, dependiendo como se mire, podían llegar a dar miedo en una noche de tormenta en tu casa, mirándote desde la mesilla de noche. Y ya sobre el escenario, los miembros de Lovebettie poniendo a punto sus intrumentos para el bolo. 

Autoproclamados como los pioneros del Swagger rock, a este cuarteto de Pittsburgh liderados por Ali, una chica de armas tomar con el pelo alborotado y las medias de color, le tocaba desplegar su rock arrogante delante de un español con un blog, señores mayores con batamantas y familias preocupadas porque sus niños no se volvieran locos moviendo las caderas (sí, alante y atrás). 

  
Sin parar de agradecer al público (alguna que otra docena) sus aplausos tras cada uno de los temas, Lovebettie se empleó a fondo sobre el pequeño escenario. No sé si fantoche o no, pero la música desplegada tampoco es que sonara excesivamente original. Nada que no se haya re-inventado a estas alturas de la película. Rock con algunos toques de heavy melódico y cada nota de guitarra, bajo o batería enterrada por la voz de la chica. Are you out There, Red Roses o Monsters son el eje central de su último disco, The Red Door. Tampoco faltaron los covers en el parque, destacando el Material Girl de Madonna, muy apropiado para una época de elecciones estadounidenses. 

Tras una hora de concierto, una charla con la banda (venga va, sólo fue con la cantante) y la compra de un par de discos dedicados, Pittsburgh volvió a recibirme como sólo él sabe: dándome a conocer otra banda local que merece la pena seguir.

Dame. ¡Dame más!.

07 septiembre 2012

The Spinning Blowfish, Radge Against the Machine y otros inesperados

Agosto 2012

Cuando uno llega a Escocia, otra cosa no, pero gaitas, sabes que vas a escuchar. Quieras o no quieras. Y si no quieres, ¿para qué vas a Escocia? Con la de sitios libres de gaitas que hay en el mundo. La India, por ejemplo. Ya sería una sorpresa encontrarse un gaitero en una calle de Bombay. El caso es que en Edimburgo se celebraba el festival Internacional (de teatro, de música, de comedia...de espectáculo). Y había guitarras. Y bañeras. Y gente en calzoncillos. Y malabares. Y monólogos. Y claro. También gaitas. 

Pero de entre todas ellas destaquemos la de The Spinning Blowfish. Un italiano, un español y un escocés que con guitarra, batería y gaita se patearon las calles de Edimburgo animando a personas. Levantando ánimos. Alegrando espíritus. Intentando vender discos. Con un estilo divertido, aunque quizás demasiado repetitivo, estos tres chicos acompañaron el ocaso en Edimburgo con gente a su alrededor bailando, bien o mal; aplaudiendo, con o sin ritmo; pero sobre todo, con una misma sensación de pasión. Y ya que estamos en tierra de Wallace: de libertad. 

Edimburgo no es sólo una ciudad a cielo abierto. Sus centenares de pasadizos, muchos de ellos perfectamente conservados, dan ese toque lúgubre, tétrico, a una ciudad con tanta historia sin contar. De ahí que sea habitual chocarse casi de frente con bares como el Whistle Binkies, donde la música en las profundidades de un sótano retumba, y no hay otra que entrar. 

Fue donde Radge Against the Machine tributaban a ese grupo por todos conocido. Californianos que quizá nunca pensarían que un grupo de jóvenes escoces intentarían reproducir sus riffs, repetir sus letras e incluso imitar sus gestos sobre el escenario. Es una tarea difícil la de dar caza a uno de los grupos de rock más revolucionarios, originales y talentosos de todos los tiempos. Pero la cerveza y el whisky ayudaban a imaginárselos sobre el escenario. Los chicos sabían que eso, al menos, estaba de su parte para conseguir la hazaña. Y huevos no les faltaron.

Un viaje lleno de canciones, de ritmos; en cada pueblo, en cada bar, en cada esquina. Notas que empapaban (calaban) hasta dentro y que inspiraban paz. Armonía en esos grandes mantos verdes, cementerios de gigantes, que llamaron algunos. Arcos iris que parecían haber sido inspiración y castillos que transportaban a otros mundos. Agua que manaba como sangre a borbotones. Colores que maquillaban pómulos de cardos, margaritas y roca.

Los blowfish (son colegas) nos acompañaron con sus 5 canciones durante más de 1,500 kilómetros. Fueron testigos de lo que vimos. Ayudaron a emocionarnos y a sentirnos parte de esa tierra que la gente ha hecho suya y de la que se sienten tan orgullosos. Y con razón. 

Porque diez años no son nada. Y porque Escocia es, está claro, muy brava.

07 agosto 2012

Flood City Music Festival en Johnstown

4 de agosto del 2012

Un país donde la palabra pionero tiene un significado especial. Un estado donde la naturaleza, la minería, la industria pesada y varias decenas de comunidades de inmigrantes de primera generación conviven rodeados de memoriales. Y una ciudad que, cada cuarenta años, como un reloj, sufre una inundación. Así es. Se trata de Estados Unidos. De Pensilvania. Pero esta vez no es Pittsburgh. Es Johnstown. 

Conocida como la Ciudad de las Inundaciones (the Flood City), esta población ha sobrevivido desde finales del siglo XIX (ya está bien para ser los USA) a desastres acuáticos periódicos que han llevado a la ciudad a un éxodo casi permanente de sus habitantes, hasta convertirse en un pueblo fantasma. Baste decir que el casco "histórico" está formado por un pequeño parque y un museo donde rememoran la primera de las catástrofes, donde murieron más de 2,000 personas. 

Con un recinto la mar (sin segundas) de humilde, donde humildes puestos de comida étnica daban sabor, humildes zonas ajardinadas daban frescor y humildes hippies daban color (y olor), el cartel del festival lo formaban básicamente grupos de la zona.

El día empezó fuerte, con la actuación de la Chandler Travis Philarmonic. Este grupo de chicos, con una media de 60-65 años, no dejó a nadie indiferente. Ataviados con batas de enfermos de hospital, pijamas con pantalones de los Angry Birds y sombreros con orejas de conejo, dejaron muy claro su estilo desde el principio: "Si profundizáis en mis letras, hablo de dos cosas: de excusas y disculpas o de mi maravilloso y perfecto pelo". Esto, mientras se quitaba el sombrero y dejaba ver un flequillo con calva, demostraba un sentido del humor que quedó patente durante toda la actuación. Y hoy día esto es difícil: ver a una panda de músicos de verdad, tocando clarinetes, trompetas, piano, guitarras, contrabajo, etc. poniendo un toque de humor en cada nota, estribillo o mirada es tan antiguo y poco frecuente que casi parece original. Sirva de ejemplo Fruit Bat. Excepcional.

Tras el descanso rutinario festivalero para el almuerzo (comida polaca), y mientras seguía el movimiento en alguno de los cuatro escenarios del festival (perfectamente preparados para la lluvia), llamó nuestra atención un tal Eric Tessmer. Un tio solitario, con una guitarra, pelo desaliñado. Prometía y no defraudó. Rock y country fundidos en ritmos potentes donde la guitarra gritaba de dolor y pasión a cada puto acorde. Hubo también momento para la espiritualidad, con baladas y sonidos que rememoraban la norteamérica profunda. Claro ejemplo de que hay material para seguir enganchados a este estilo perenne que una vez magnificó SRV. 

Era complicado seguir la senda marcada y aunque Anders Osborne lo intentó dejando algunos destellos de rock sobre el escenario (Eric Tessmer se le unió en ese momento), no se pudo igualar el subidón, la senda, que Eric dejó. Sin embargo, la mezcla de estilos con reggae, boogie y rock fue conseguida, con canciones más largas de lo que me hubieran gustado, pero con una buena dosis de calma y de saboreo de las notas y melodías. 

Llegó el toque soul y funky con The Revelations, que aunque con ritmo en el cuerpo, no llegaron a enganchar como para evitar otra parada para el relax en forma de tallarines y pinchos de pollo al curry. Curry que se entrecortó con la actuación de Steve Kimock y Cia. Con la esepectación levantada (el escenario abarrotado), uno creería que iba a disfrutar de algo grande. Pero de ese tamaño fue la decepción. Melodías tan tan tan elaboradas que aburrían, y eso, en un festival cuya intensidad iba creciendo, no pegaba nada. Tras unas canciones de margen, el Dr. John esperaba en el escenario principal. 

Personaje que no es doctor y cuyo primer nombre es Malcom. Pero, ay madre. Nació en Nueva Orleans y puede ser lo que quiera ser. Y más después de ver cómo a sus 72 años sigue dándole al piano cantidubi y desgañitándose con los clásicos. Con sus clásicos. Como suele ser habitual en estos históricos del blues y R&R, rodeado de una banda genial. Con un bastón adornado y una calavera sobre su piano, este señor de coleta y sombrero extravagante en pelo, se marcó una Revolution, Such a Night como la del sábado. Sin duda, el más aclamado del festival, que despidió con una canción profunda, solitaria, con sus manos entre las teclas. 

Y tras bailoteos relajados llegaba el momento de la fiesta. Que la puso Big Sam's Funky Nation. Un auténtico espectáculo lleno de música de altos decibelios bailable, con guitarreos y con estribillos fáciles de recordar que hicieron que quedaran atras más de 5 horas de festival. Nos importaba una mierda todo, excepto ser, como decían, un Funky Donkey.

Lo que para muchos pudiera ser un hecho para olvidar, en Estados Unidos se convierte en una razón para dar tributo a los caídos, evitar que se pierdan en el olvido y, por qué no, organizar un festival de fin de semana que tenga por nombre el apodo de la ciudad. Porque se suele decir que la mejor forma de hacer de olvidar la pena es acostumbrarse a ella. Es muy interesante ver cómo un pueblo así de deprimido puede llegar a albergar un festival de este calibre, cuando otros (y no miro a orillas del Alagón...) han muerto en el intento. Mezcla de rock, blues, country, clásica, funky que levantan ciudades durante un fin de semana. 

Y no es gratis. Olé sus cojones.

23 julio 2012

Pittsburgh Blues Festival at Hartwood Acres Park

21 de Julio del 2012

En un fin de semana en el que la tristeza ha vuelto a asolar a los Estados Unidos, esta vez en una sala de cine como marco sangriento, el decimoctavo festival anual de blues de Pittsburgh podía servir en parte para aliviar la rabia, dándole salida en forma de acordes. En forma de pelos de punta. En forma de voces rotas y profundas. En forma de letras melancólicas. Y todo ello rodeado, como no podía ser de otra manera, de naturaleza. Y cerveza. Y perritos calientes. Y puestos de Harley Davidson. 

Tras una ruta en coche sencillamente espectacular, donde ciervos, mapaches y otros bichos varios te hacían sentir como un auténtico intruso en esas tierras, surgía la entrada al parque regional Hartwood Acres. Parque que es, y ya son varios, otro de esos puntos que los amantes de los paseos y los picnics deben visitar. Solos o acompañados. Con camioneta o sin ella. 

Con un carisma benéfico (todos los ingresos iban destinados al banco de comida comunitaria, organización encargada de distribuir alimentos a las familias más necesitadas), si había un día que motivaba musicalmente era el sábado. Porque no siempre se tiene la oportunidad de ver a una eminencia viva del blues como Bobby "Blue" Bland. Porque no siempre se tiene la oportunidad de ver a una banda que compartió escenario con Jimi Hendrix y Janis Joplin en el Woodstock original de 1969, como Canned Heat.  Y porque era el día que me venía bien. 

Situémonos. Un verde descampado del Hartwood Park. Docenas de camionetas. Centenares de familias enteras con sus sillas, sus mantas traperas de campo y sus bolsas nevera llenas de hielo, cerveza y bocadillos. Y dos escenarios, uno fijo de tamaño estándar y otro, portátil, tamaño la parte trasera de un camión. Que me parta un rayo si nos os ubicais en una escena de película americana. Sólo faltarían motocicletas, puestos de comida y bebida y algún pasao que otro. Ah, calla. Que también había todo eso. 

Los PGH Blues All Stars (PBAS) en el escenario principal y Jimmy Thakery & The drivers (JTTD) sirvieron de anticipo a las grandes estrellas de la noche. Previamente, Albert Cummings y Jill West & Blues Attack aparecieron tras el telón, pero dificultades técnicas personales y mi embelesamiento por algunas postales que regalaba el paisaje me impideron atenderlos. 

Lo de JTTD fue genial. Hoy día es difícil que a los amantes del blues se nos sorprenda. Tantos años escuchando la misma escala repetitiva crea callo. Incluso a veces pecamos de puristas en este sentido. Pero Jimmy y su banda hicieron un acopio de originalidad para una mezcla super fresca de blues y surf al puro estilo The Shadows o de los recientes Satan's Pilgrims. Sin perder nunca la comba del blues tradicional, supieron atraer al público a su pequeño escenario y encenderlos de dentro hacia fuera. Sobre todo cuando se lanzaron con una versión guitarrera del himno de los USA.


 

Bobby "Blue" Bland (BBB) es de esos a los que la edad no perdona (¿y a quién sí?). Sobre todo porque tiene 82 años. Así que lo mínimo que puede necesitar es cantar desde un sillón que sus músicos desplazan a su gusto por el escenario. Porque le tratan como lo que es. Una de esas personas que tiene todo el derecho a cantar desde donde quiera. Porque un día se le ocurrió mezclar blues, gospel y R&B. Obviamente ya no despierta ese twist en las jovencitas. Sin embargo, sigue siendo muy, muy bueno transmitiendo con su voz gangosa. A las pruebas me remito: una versión del St James Infirmary que me dejó tiritando.

Tras hora y media de congoja con BBB, le tocaba el turno a Canned Heat. Con los miembros fundadores de la banda enterrados ya desde hace algún tiempo (y con historias truculentas, como no podía ser menos), los calores enlatados despertaron una admiración sorprendente nada más pisar el escenario. Bueno, no tan sorprendente teniendo en cuenta su trayectoria y su popularidad en este país de donde salen leyendas musicales de debajo de las piedras. 

Rápido se apoderaron de la noche. Del público (al que con sus ritmos forzó a levantarse de sus sillas con porta-bebidas). De los ciervos. Con un Let's work together, que recordaba a Bob "el oso" Hite. Con un On the road again que gritaba a Alan "Búho ciego" Wilson. Y con un directo lleno de energía y fuerza reivindicando que sí, que tienen un pasado que llevar sobre sus espaldas. Pero que todavía está el horno para bollos. Que todavía pueden seguir llevando el boogie, el blues y el rock a muchas otras nuevas bandas. Con Going up the country el grupo terminó de mostrarse como los aclamados de la noche festivalera. 

Puede que los americanos sean un pueblo con sus cosas. Por ejemplo, que masacre tras masacre en insitutos y ahora en cines la justifiquen con bajas notas en el instituto, la falta de amigos o un porro a los 16, pero nunca con la facilidad de conseguir armamento militar. Sin embargo, como ciudadanos que debemos aprender de las habilidades y virtudes ajenas, son únicos en hacer actos donde se reconozca el trabajo, la dedicación y la pasión. Y encima son eventos divertidos. E incluso benéficos.

Y el blues como música de fondo. Y ya van 18 años. Larga vida.