20 noviembre 2011

Andrei Oid en la Casa Encendida

19 de Noviembre del 2011

En una nocha loca y fría, con lluvia y con pocas alternativas a la vista, La Casa Encendida siempre ofrece un plan al que poderse acoplar. Ya sea audiovisual, exposiciones, teatro, etc. este enorme recinto subvencionado por Caja Madrid (perdón, Bankia) intenta transmitir con cultura una serie de valores basados en educación medioambiental y solidaridad. Aunque muchas veces se haga de manera tan abstracta que uno no sabe si lo que está viendo es cultura o un insulto al intelecto.

En esta línea (de cultura, no de insulto), actualmente está activa una exposición relacionada con la cultura rusa ("La Caballería Roja"). Paneles y proyecciones sobre la antigua URSS que dan idea de lo cruda que fue aquella realidad, especialmente para los millones de personas que perdieron sus vidas por la, llamémosla, causa comunista. Sin embargo, la exposición presenta a todos los artistas que, a pesar de la época que les tocó vivir, pudieron (o intentaron) desarrollar su creatividad, incluso con el estómago vacío.

Mucho más liviano (a priori) y menos áspero y despiadado era el concierto de Andrei Oid en el auditorio de La Casa Encendida. Música electrónica, de nuevo, al servicio del hombre. Aunque en este caso, bastante decepcionante. El joven artista ruso no cumplió las expectativas de lo que se espera cuando se asiste a una actuación liderada por la máquina en lugar de por el instrumento: momentos épicos que te atrapan; ritmos que se meten en tu cabeza hasta días después de haberlos escuchado; imágenes metálicas o industriales asociadas a la frialdad de la electrónica. Nada de eso tuvo el concierto.



Acompañada por unas imágenes repetitivas (hagamos un cálculo rápido: una hora de concierto, un vídeo de 5 minutos, 12 repeticiones del mismo vídeo), la electrónica desplegada en un auditorio donde la gente se quedaba literlamente dormida, fue muy fría. Y este sea quizá uno de los peores adjetivos que se le puede dar a una música creada para levantar ánimos en momentos de bajón.

Las imágenes del vídeo, además de ser bastante insípidas, no transmitían nada, en gran medida porque la música no era su mejor cómplice. Si a esto le sumamos que la puesta en escena consistía en una mesa rodeada de velas y saturada de cables y de enchufes (la postal era desordenada e incluso peligrosa), el concierto resultó bastante bochornoso. De hecho, hubo quien no aguantó y se levantó antes de tiempo, prefiriendo seguramente una cerveza en Lavapies.

Tras esta experiencia (buena o mala, lo es), un concierto en directo de música peruana, un pisco sour y una papa rellena hicieron que el sábado cambiara de mediocre a sabroso y amable. Lo que no nos dio la electrónica, lo conseguimos con folclore sudamericano.

Así es Madrid.

11 noviembre 2011

Albert Pla y Pascal Comelade en el Círculo de Bellas Artes

9 de Noviembre del 2011

Bienvenidos al mundo de los sueños. Un mundo onírico lleno de marionetas, siamesas, DJ's. Donde hay lugar para todo aquello que piensas antes de dormir. Sí, sí. También hay sapos amarillos, instrumentos pequeñitos y sombras, adornadas con capirotes de papel, burbujas y globos de colores.

Así es el espectáculo de la dupla Albert Pla y Pascal Comelade. Una oda a nuestros pensamientos más profundos antes de sumergirnos en el sueño. Somiatruites, obra teatral y musical acompañada de la crudeza de las letras de Albert Plá y la música de Pascal Comelade. Una mezcla perfecta si pensamos en voces suaves e instrumentos diminutos y agudos.

Con una escenografía que transmitía ternura y unos personajes presentados, como no podía ser de otra forma, con música, Pla y el resto del reparto nos transportan a un subconsciente gobernado por uno mismo. A una escuela donde caben aquellos que sueñan con volar; con hablar como los chinos o incluso conque su padre le deje de pegar. Porque así es la vida. Divertida y cruel en la misma frase. Y así es como la entiende Plá.



También el insomnio fue cuestión de estudio. Con sonidos estriónicos y desacompasados con los instrumentos minimalistas, Pla fue capaz de crear incluso agobio; de reproducir esos momentos en los que no se puede dormir por las vueltas que le damos a la toda la información que nos llega; todo aquello que no podemos procesar y que nos impide conciliar el sueño. Fantasías raras que nos hace levantarnos de la cama, abrir los ojos e intentar dejar la mente en blanco. Pero resulta imposible.

En este estudio al interior de la mente tienen lugar el "lo dejo para mañana" y echar de menos a los que ya no están. Todo en clave de humor sin perder la esencia de la lírica profunda y desgarradora. Un estilo que a pesar del ambiente infantil creado sobre el escenario hacía vislumbrar una vida paralela dura. A la vez que dulce. Terrible. A la vez que divertida. Y Paco León, por qué no.

Un paseo especial. Y si es en forma de susurro (un sonido espectacular en el teatro) para no romper el ritmo de nuestros pensamientos, perfecto. Porque Pla es así. Tiene esa mezcla rara que encandila, sea en catalán o castellano.

No sólo sobre sueños trató. También sobre la diferencia. Su anterior disco donde recogía canciones tan profundas como Ciego, que a base de rumba catalana, enseña y explica, clarísimamente por otro lado, lo que es el amor. Nada más y nada menos. En una sala oscura, con su habitual casco de tres luces, y paseando entre el público con su guitarra, Pla fue discurseando la letra de la canción. Impecable.

Sobra decir que, más allá de estremecer, se trata de un concierto teatral más que recomendable. Tanto si quieres reír como si quieres escuchar y dejarte llevar por la tristeza. Aunque siempre encontrarás una burbuja, un sueño, detrás de tanto sufrimiento. Porque somos libres de soñar lo que queramos. E incluso de hacerlo realidad.

Y sí, soy amigo de Teófilo Garrido.


06 noviembre 2011

Motociclón en Rock Palace

5 de Noviembre del 2011

Siempre es una alegría ver que más allá de garitos que cierran; de salas que se cansan de pedir permisos en este mundo burocratizado; de programas de televisión y cadenas de radio que nos abrasan los oídos con las mismas canciones día tras día; de ver cómo los discos son cada vez más caros con menor calidad en su edición; sigue habiendo luz. Y esa luz se presentó, en este caso, como reapertura de la sala Rock Palace.

No sólo es unas cuantas salas de ensayo o una sala de conciertos con aforo más que limitado. Se trata de un símbolo del panorama musical madrileño que, pasándose la crisis del ladrillo por la entrepierna, ha dedicado tiempo y esfuerzo en renovar sus instalaciones.

Durante todo el fin de semana (en Madrid éste empieza el jueves) se han estado organizando conciertos para celebrar tan magno acontecimiento. Los Imperial Surfers, Novak o Tetallica se subieron al escenario, entre otros. Y el sábado le tocaba a Motociclón y a Novedades Carminha, lo que prometía ser la prueba definitiva para ver si los cimientos del edificio estaban preparados para una verdadera dosis de watios y saltos de los asistentes.

Con puntualidad cuasi escrupulosa, a las 23 horas dio inicio el concierto de Motociclón, en una sala llena de gente (entre ellas, personalidades del mundo de la canción), bien insonorizada y con un precio de la cerveza bastante decente para tratarse de un bolo gratuito.



Y el grupo se dejó de tonterías desde el principio. Nada de ir poco a poco. De escatimar, de especular con la intensidad sobre el escenario. En el minuto uno aquello se convirtió en una fiesta en forma de punteos heavies, de letras divertidas y desenfadadas y de brincos, de implicación con el público y hasta de chistes verdes.

El grupo vallecano dio un recital de directo, acompañados por unos cuantos seguidores acérrimos que coreaban las canciones de su último disco, Gentuza, título muy acorde con la situación actual que vivimos. Una mezcla de punk y de heavy que es imposible que quede indiferente a nadie. Más aún si se leen los cortes: Autofelación, Carne de recortá o Los explotagüevos. Pero quien piense que estamos hablando de un grupo sin sensibilidad, se equivoca. Muestra de ello es su balada Comiéndote el ojal en un 127 abandonao. Puro pasteleo musical. Cerrando con Air Guitar (guitarras del rock), estos tíos consiguieron que la sala se fuera a fumar un cigarro con una sonrisa en la boca y con la sensación de que la noche era muy larga y acababa de empezar.

Más tarde llegó el turno de Novedades Carminha que, a pesar de pintar muy bien y de prometer mucho, varios compromisos nos impideron quedarnos en esta (para mí) nueva sala de conciertos. Sala que cumple varios requisitos imprescindibles: cerca de mi casa, cerveza buena y barata y una panda de colgaos capaces de, con los tiempos que corren, seguir apostando por los grupos nuevos y darle la oportunidad a aquellos que no lo son tanto.

Con dos cojones.

04 noviembre 2011

Los Cuantos en la Sala Sol

3 de Noviembre del 2011

Érase una vez un grupo de rock, por ejemplo. No uno convencional. Aparentemente podría parecer que sí lo era. Pero no lo es. Lo acabo de decir. Un batería, una teclista, dos guitarras y un cantante. Combinación capaz de descomponer la partitura más cuerda, más sensata, más melódica, en fracción de segundo. Ya.

Tras varias intentonas por asistir de nuevo a un concierto de Los Cuantos, con el recuerdo de una sensación de boquiapertura que me provocaron en el III Ferrarra Festival, por fin tenía la oportunidad de confirmar si aquello fue flor de un día. O si, y como suele ser habitual, las primeras impresiones cuentan. Enlace
El concierto servía de presentación del disco de descarga legal gratuita (pinche aquí) Love, Love, Love. Que puede que salga ahora, pero sus canciones llevan retumbando en las salas españolas durante algún tiempo. Tiempo que ha servido para crearse una panda de fieles seguidores animosos o, por el contrario, que buscan animarse con blues, jazz, psicodelia. Locura mezclada con un toque de sosiego. Pero sólo un poco.

No venían solos Los Cuantos en esta noche lluviosa. Les acompañaba Southern Arts Society (SAS). Grupo sevillano compuesto por tres sevillanos y un inglés. Y esto es de todo menos un chiste. En una Sala Sol bastante desolada, SAS nos trajo su último disco, Another life, completo de influencias pop-rock e incluso electrónicas. Melodías muy elaboradas pero a la vez agradables y fáciles de seguir para ser la primera vez que los escuchaba. Canciones potentes como Religion, The Window o Andalusian Morning. Tanto, que hasta el techo se les venía abajo en forma de poliespan. Música sin tapujos para cualquier momento del día. Contáis con mi seguimiento en MySpace. Hecho.



Poco a poco fueron Los Cuantos organizando su terreno. Cable por aquí. Cable por allá. El teclado aquí. Este taburete asao. Luego daría un poco igual, porque cada cosa acabaría en el otro extremo, pero es importante empezar organizados, para que el caos lo sea más aún.

Si no les has visto antes, quizás te llame la atención que todos los componentes empiecen sentados (a excepción de la teclista). Repito: empiecen. O quizá el ritmo frenético de la pierna del cantante. O quizás simplemente la belleza de la teclista. Pero esas percepciones se esfuman en el momento en el que todo empieza a sonar. Un halo de estridencia en los temas que desahoga.

Como era de esperar, dieron un buen repaso al disco, pero a diferencia de lo que creía, se desmarcaron con otros temas, mostrando que no sólo de Love vive el grupo. Love, Love, Love, Tree of Wood, His eyes keep moving towards her explotaron en la Sala Sol, entre otros, acompañados de un ajetreo continuo sobre el escenario (lo que me impidió sacar alguna foto decente del grupo).

El setlist fue intenso y corto, con un sonido bastante deficiente que, para quienes escuchaban al grupo por primera vez, pudieron llevarse la sensación de demasiado descontrol sobre el escenario. Fue una pena el no poder captar cómo la más absoluta anarquía se transforma en armonía melódica. Aspecto que se aprecia con creces en los temas del disco pero que en el concierto se perdió. Especialmente en The Roof, que considero el mejor corte del disco.

Con Hang me high Lord y un bis cerraron la noche, con lanzamiento de disco incluido. Noche cerrada por nubes y lluvia, pero que en La Sala Sol se abrió para dar esperanza a los buenos grupos del panorama musical español. Aún se pueden sacar discos y no morir en el intento. Ánimo.

Y...vivieron felices y comieron perdices.