15 agosto 2011

Rosendo en La semana Grande de Gijón

11 de agosto del 2011

Todos los caminos llevan a Roma, y como el Papa visita Madrid, Rosendo se volvió a cruzar en mis vacaciones en Gijón. Vaya silogismo. Digno de estudio. En fin. El caso es que La Semana Grande de Gijón, con al menos dos conciertos por día durante una semana entera, contó con el eterno incansable. Aquel que nos deleitó en Coria. El mismo que puso de manifiesto que el cansancio sobre el escenario no existe para él. Un individuo, músico, que rescata de la memoria un grupo, Leño, que sobrevive al olvido.

Nunca me había pasado tener que escribir dos crónicas sobre un mismo músico en menos de 2 meses. Y la cosa se complica más cuando se trata del mismo repertorio. De la misma banda. Del mismo espectáculo. Pero vamos a intentarlo. Por Rosendo que no quede.

Una de las diferencias con el concierto de Coria fue, además del olor a sidra allá donde se fuera, el emplazamiento del escenario. Situado en la playa artificial de poniente, aunque ligeramente alejado del centro de la ciudad, era más grande que el del pueblo extremeño. También fue genial el poder oler a mar. El mirar a un lado y ver la arena. Y el comprobar que, al igual que pasó 2 meses antes, Gijón y alrededores se volcaron con uno de los mitos de la música rock en España.




Volvieron a sonar los temas del último disco (A veces cuesta llegar al estribillo, Contigo mismo) y clásicos suyos (Masculino Singular, De que vas, Agradecido) y leñeros (el Tren, Maneras de vivir). Quizá fue el haber visto ya el espectáculo. O que el que tocara en Coria me hizo especial ilusión. Pero me dio la sensación de que el concierto de Gijón fue más frío. Faltó esa chispa que es posible que la intimidad del estadio de La Isla tuviera, por mucho que en lugar de playa hubiera un río descuidado llamado Alagón. Subjetividad al poder. Sin duda.

Este hombre sigue estando loco por incordiar. Porque sobre el escenario está de todo, menos fuera de lugar. Porque a tientas y barrancas, o para mal o para bien, Rosendo sigue tocando y creando canciones para normales y mero dementes. Y lo malo es...¡no darse cuenta!. Podríamos jugar con él, al veo, veo...mamoneo. Aunque más difícil que eso es llegar al estribillo. Porque a veces, cuesta.

Gracias de nuevo.