13 diciembre 2010

Ritmos africanos en Savina

12/12/2010

Hacía más de un mes que no pasaba por aquí. Un mes en el que sí que he acudido a actuaciones musicales, pero diferentes a las convencionales (tranquilos, no voy a seguir la crónica con pareados). Sin embargo, la cantidad de emociones que se han abalanzado sobre mí, y donde la música siempre ha estado presente, salía del alcance de este blog. El concierto de anoche sí que da lugar a crónica. Aunque tampoco estuvo exento de imágenes, sonidos y olores que, quizás por mi falta de habilidad con el teclado, me veo incapaz de transmitir como se merecen. Por eso me ciño a la música. Que ya son más de cien crónicas y le voy cogiendo el gusto.

Situémonos. Japón, Prefectura de Akita, Akita, Kobawata, Savina. Rincón alejado de los clubs de ladies, de los bares estrechos para beber (los que huelen a menta y los que no) y de todo aquello que se defina como aburrido en Japón. Recoveco donde una panda de japoneses transgresores (entendámonos: aquí transgresor es simplemente quien pasa de ir de traje todo el día) que quieren beber cerveza, comer arroz con curry (más conocido aquí como cali) y escuchar música en directo (eso sí, por un precio nada módico de 2,500 yenes).

Previamente invitado al evento e incluido sin comerlo ni beberlo en la lista de "conocidos", acudo puntual para desmentir aquello de que los españoles somos unos dejaos. Y, eliminando tópicos, ¿quién dijo que los japoneses eran fríos? Nada más llegar, quien me sugirió que fuera al concierto se lanzó a darme un abrazo como nunca antes había recibido de una desconocida, como si la presencia de occidentales augurara que su festival iba a ser lo mejor que ha parido madre. Y abuela. En fin, que a pesar de tener más pelo en la cara y ojos más grandes, me sentí como en casa desde el minuto uno. Sin necesidad de besar el césped. Ni de desplegar mi más que mejorable japonés.



El ambiente era sencillo. Una zona semicircular donde se acumulaban djembes y otros instrumentos de percusión similares, con un par de guitarras y varios micros. Y sillas sin mesas alrededor. Gente bebiendo. Charlando. Vamos, como en cualquier sitio. Esperando a que empezara el run run. Y tras 15 minutos de retraso, salieron tres japoneses a dejarse las manos sobre las pieles de los tambores. Tambores que sonaban a todo menos a guerra. No fue nada espectacular. 30 minutos de ritmos, muy animados, que aun así cumplieron su función: entonar el ambiente. Si estos japoneses levantaran la cabeza y miraran el Womad...

Tras melodías africanas cantadas por japoneses (nunca pensé que llegaría a estos extremos de combinaciones musicales-culturales), salió el rey. Y es que además de ir vestido como rey de la selva (chaleco muy africano; pantalones muy africanos; cinta del djembe muy africana; cara 100% japonesa), tenía algo que destacaba sobre el resto. Naturalidad absoluta. Tocaba como si se estuviera lavando los dientes o haciendo reverencias o comiendo arroz. Como si el djembé dijera: "Ei, tío. Que estoy aquí abajo. Cuidadito que te doy si te pasas de listo". Al rato descubrí que en el panfleto que me dieron a la entrada (en japonés perfecto), aparecía el paisano, un tal Mara, como la estrella absoluta. Quién lo pondría en duda.

Acabóse África y entró una mezcla entre Japón, África y Jamaica. Un grupo de 3, dos chicos (guitarra y Mara) y una cantante que era la primera vez que estaban en Akita, aunque según me contaron, se trataba de un grupo bastante famoso en la zona centro de Japón. Mezcla de tradición asiática, africana y reggae. No me preguntéis el nombre del grupo. No me preguntéis por nombres de canción (aunque había una que, en español, se podría titular Kimi la cagó, supongo que por marcharse de la fórmula uno...). No me preguntéis qué tal las letras. La música la verdad es que estuvo muy animada y fue de lo más variopinta. Desde baladas hasta canciones muy movidas. La guitarra ayudó a decorar mucho más las melodías, a diferencia del previo, basado sólo en percusiones. La voz también llenaba huecos que durante el telonero (por llamarlo de alguna forma) evitaban cierta continuidad en el sonido.

Lo mejor. La sensación. De estar en un sitio perdido. Como si estuvieras escondido para robarles su intimidad y te diera miedo que te observaran por si descubren tus supuestas intenciones de contar lo ocurrido entre aquellas paredes en un blog en castellano. Involucrándote en lo suyo. Que también hacen tuyo. La música estuvo bien, pero Japón, el interior, salió a la luz.

Y es que japonés en japonés es nihongo.